POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MANERAS


Uno es uno más sus maneras, porque no se es sólo lo que uno es, sino también el modo en que se comporta, y éste es tan valorado socialmente que muchas veces se come la misma esencia personal de quien despliega una u otra conducta en un momento dado. Nunca voy a llegar a entender del todo que haya quien prefiera el continente al contenido, pero es lo que hay, y ante ello poco se puede hacer.

Un inconveniente añadido es cuando las mismas maneras son recibidas y contestadas en función de quién procedan, lo cual es un inverosímil proceder que al final reconduce a la persona desnuda de comportamientos. Ello hace que en ocasiones no sepamos muy bien qué hacer, con el íntimo convencimiento de que va a dar exactamente igual, porque hay quienes siempre se van a encontrar una oposición que es como un muro inatacable, máxime si puede apoyarse tanto en algo como en su contrario.

Al final ocurre que si hemos llegado ya a vislumbrar que el destino es inmodificable y que sólo vale vivir la vida que nos ha sido dada vivir, sin preguntarnos nada acerca de algo tan importante como es nuestra propia vida, empezamos asimismo a comprender que los prejuicios son determinantes y que uno acaba con frecuencia actuando como el resto de los humanos esperan que lo hagamos, sin más. Todo lo que se salga de ese mecanismo impuesto podrá ser individualmente todo lo importante que sea, pero a nivel relacional será absolutamente prescindible, por inefectivo.

Aun así hay quien elige su ser por encima de sus ademanes y vive el fracaso social que ello pueda suponer como una íntima victoria vital intrapersonal. Se trata de ser fiel a uno mismo, más allá de las supuestas lealtades a los que nos rodean. Porque ¿quién ha de decidir, nosotros o los demás? Y si después de todo, “cría fama y échate a dormir”, ¿para qué agotar nuestra energía en luchar contra el viento? Lo único que puede ser molesto en exceso es cuando “unos cardan la lana y otros se llevan la fama”, pero no ya porque eso suponga la existencia de unos aprovechados que viven del cuento llevándose unos honores que no les corresponde, sino sobretodo por lo que implica de hacer trampas.

Se puede jugar tanto como se desee, contando con quien libremente quiera compartir juegos, pero si hay algo aborrecible y odioso, eso es ser tramposo. Mas hete aquí que hoy por hoy engañar es un proceder supervalorado en esta sociedad que nos ha tocado vivir. Parece ser que para estar ahí y para que nadie te impida seguir lo único que importa es que tus maneras sean una pura mentira. Y si triste me parece quedarse con en el cómo antes que con el qué, si el cómo ni siquiera es verdad, ¡apaga y vámonos!

Estamos inmersos en unos momentos dificilísimos a nivel económico, a los que nos han reconducido las trampas de muchos agentes sociales, llamémosles como queramos, que podrían albergar un interior de total podredumbre, pero con unas maneras tan exquisitas que sólo han suscitado indecentes deseos de imitación. Sé que hay una feroz lucha por salir del agujero en el que nos encontramos millones de personas, sólo por el actuar de unos cuantos. Lo que desconozco es si hay alguien que se preocupe por conseguir un mundo en el que se llegue a valorar algún día lo que realmente importa, que no son, desde luego, las maneras.