POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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OLA DE FRÍO


Hace frío. Dicen que es como si en Siberia se hubieran dejado la puerta abierta. Pues que la cierren, ¿no? Pero va a ser que, venga de donde venga, vamos a quedarnos congelados con sólo salir a la calle, a no ser que nos forremos, como se ha de forrar uno para todo frío polar. Por lo general uno vive donde nace, como se suele nacer donde se vive, pero es que no me entra en la cabeza que alguien elija para asentarse un lugar tan excesivamente hostil como el siberiano. Digo yo que uno puede pararse a descansar en un lugar tan helado, pero una vez recuperadas las fuerzas, al menos yo las emplearía para huir y buscar tierras más acogedoras.

En Baza estamos hechos a un clima duro en invierno y no nos amilana cualquier bajada de temperatura, pero en esta ocasión hasta los termómetros se han puesto a tiritar. En los jardines, algunas plantas, las menos damnificadas, parecen guerreros malheridos en una cruenta batalla que ha dejado muchos muertos. Y los campos se han quedado completamente ateridos bajo el soplo iracundo de lo que podría ser una de las siete plagas sufridas en su día por los egipcios. Llega el frío y causa estragos, que al final se traducen en pérdidas de vidas humanas, que son las únicas que se contabilizan, aunque las pérdidas en flora y fauna no se quedan atrás.

¡Somos tan poquita cosa los humanos! Los mismos que conseguimos logros tan grandes como ser capaces de pisar la Luna, o salvarle la vida a alguien en un quirófano tras muchas horas de una complicadísima operación, o vivir inmersos en un mundo de ciencia y tecnología que a veces se asemeja mucho a la ciencia ficción, vamos y nos ahogamos en un simple charco de agua. Nieva y nos quedamos sin posibilidad de coger el coche, y mucho menos el avión. Llueve y nos asombran las riadas que anegan nuestras ciudades. Y llega, silencioso y cortante como un preciso bisturí, el frío y no te quiero ni contar cómo rompe el ritmo de la vida normal de cada uno de nosotros. Pero el ser humano nunca se rinde bajo la adversidad, como lo demuestra el mismo hecho de que en Siberia viven unos cuarenta millones de habitantes, tan hechos al hielo como les obliga semejantes gélidas temperaturas a lo largo de todo el año.

Y sin irnos tan lejos podemos comprobar cómo nos adaptamos al clima y sus inconvenientes. Si tenemos perro, nos ofertan trajecitos a medida para que sus tiriteras sean bajo lana. Si fumamos, hasta podemos echar un pitillo en la cocina con el extractor encendido, sin tener la osadía de salir al balcón o asomarse a la ventana. No tenemos vodka ruso, pero contamos con buenos calditos, con o sin alcohol, para entrar en calor. Lo malo es que se vaya la luz, porque tenemos una absoluta dependencia de la electricidad (me pregunto cómo vivirían sin ella). Sin luz no hay teléfono, aunque siempre nos queda el móvil; no hay brasero; no hay calefacción ni agua caliente, si no tenemos gas; y no nos queda otra que esperar que vuelva pronto la corriente eléctrica o meternos en la cama y que pase pronto el “pequeño” inconveniente que supone en nuestra sociedad quedarnos sin luz. Así que paciencia y a esperar que el frío amaine, que no hay mal que cien años dure.