POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL CAMINO DEL OLVIDO

"Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora"
Luis Cernuda

El poeta sevillano Luis Cernuda en su poema Donde habite el olvido imaginó éste como la posibilidad de liberarse del dolor y del deseo, soñando alcanzar esa región para escapar del tormento del amor. Si estuviera vivo, me gustaría poder hablar con este gran poeta y preguntarle si finalmente logró encontrar ese paraíso, si no sufrió más hasta llegar a olvidar que con el mismo desamor. Porque a veces no te queda otro camino que recorrer que el del olvido; por pura supervivencia, unas veces; por imposición ajena, otras. Y es tan duro tener que olvidar, que debiera estar prohibido. Si el Alzheimer, que se manifiesta especialmente por la progresiva pérdida de memoria, es una grave enfermedad degenerativa, ¿cómo podemos obligarnos a vivir tal pérdida y que nos parezca natural? Porque todo olvido implica, además de una insoportable sensación de orfandad y un sentimiento de total abandono muy difíciles de asumir sin desgaste emocional, un componente de destrucción desconcertante para cualquier persona que se encuentra con que su salvación es a la vez su infierno.

Y todavía si lo que se trata de ignorar es lo negativo, lo feo, lo que nos hace mal, poco esfuerzo necesitaremos para lograr la ansiada amnesia. Pero ¿cómo querer enterrar para siempre el recuerdo de una infancia feliz, o de una bella historia de amor que se acabó sin tu quererlo, de todo aquello que en su día te hizo mejor persona y que te ves obligado a olvidar porque ya no es sino innecesario fardo que lastra tus pasos? No se puede andar el camino del olvido si paralelamente no destruimos mentalmente lo que en la realidad fue creación y recreación de la vida. Se trata, al fin, de convertir la belleza en fealdad, para así poder olvidar, lo cual te provoca unas contradicciones sentimentales tan negativas, o más, que la pena de la misma pérdida.

Si ni la propia energía puede destruirse, pues sólo se transforma, cómo vamos a pretender que aquello que nos dio vida muera para siempre y desaparezca de nuestro interior sin dejar secuelas. Los sentimientos tienen sus propias reglas, la mayoría de las veces caóticas y reacias a los cambios impuestos. Porque sí, la vida es puro cambio, inevitable y bienvenida evolución, pero a su aire, con su propio ritmo y sin aceptar manipulaciones. Como decía Pascal, el corazón tiene razones que la razón no entiende, y las soluciones cerebrales no le sirven para nada al corazón, un órgano muscular que se controla a sí mismo y que no sólo funciona como una bomba a nivel anatómico. Nadie escapa a su tiranía cuando el corazón dice de tomar el mando e imponer su voz más allá de los buenos propósitos de enmienda de los pobres mortales, simples marionetas en el universo sentimental. En medio de todo ello, ya me dirán cómo alcanzar con éxito la meta si ésta es el olvido del recuerdo que acelera el latido de nuestros corazones.