POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL CAMINO DEL OLVIDO (2)


En mis años de facultad me encontré, al estudiar Psicofisiología, ante uno de los conceptos que más poderosamente me llamaron la atención, el “síndrome del miembro fantasma”, por el que alguien a quien se la haya amputado un miembro sigue sintiéndolo el resto de su vida y además de forma dolorosa. Dejando a un lado las explicaciones científicas para ello, resumamos que al cerebro no se le olvida jamás ninguna parte corporal, aunque haya sido amputada.

Recurro a este fenómeno físico precisamente para adentrarme en la concepción del olvido, ese que abrazamos voluntaria o involuntariamente cuando nos encontramos con que hay determinados hechos, conductas, sentimientos cuya sola evocación nos despierta sensaciones dolorosas, ante lo cual no nos queda otra que soltar lastre y tratar de evitar todo lo que vivamos como negativo. Parece fácil y es de lo más lógico, pero olvidar es en ocasiones todo un milagro, por lo extraordinario, infrecuente y difícil de conseguir.

El olvido es un camino sin retorno que debemos de recorrer a solas y sin mirar atrás, pero no porque corramos el peligro de convertirnos en estatuas de sal como castigo por desobedecer los mandatos divinos. Es sólo que hay ocasiones en que volver la vista es desandar lo andado y tener que volver a empezar. Y no es cosa de ser cangrejos si anhelamos una meta, porque si a veces no avanzar no es sólo estar parados, sino puro retroceso, no digamos ya lo de movernos en dirección contraria. Aunque adoremos lo que pretendemos olvidar, una vez que decidamos hacerlo únicamente hay que mirar al frente, apretar los dientes y no dejarnos vencer por la curiosidad de lo que queda tras de nosotros.

Otra cosa es la opción que elijamos a la hora de enfrentarnos al olvido. Pues podemos guardar muy adentro todo aquello que deseamos olvidar, como si tuviéramos en nuestro interior una cajita de música cerrada con una llave arrojada al fondo del mar o a cualquier otro lugar inaccesible  para siempre. O ignorar todo lo que forme parte de lo que queremos dejar atrás, y hacerlo en todos los sentidos y de todas las posibles maneras. En el primero de los casos no se da el componente de abandono que sí aparece en la segunda de las opciones. Porque cuando te vas de algo o de alguien que formaban parte de tu vida hasta ese momento, no es lo mismo mantener y conservar dentro de ti lo bueno que viviste, que irte sin más y no querer ni siquiera evocar nada que forme parte de tu pasado.

Digamos que cuando te adentras en el camino del olvido empiezas a escribir tu futuro, y lo haces o asumiendo e incorporando el tiempo pretérito u optando por poner los contadores a cero, desnudo de ayer y sin equipaje alguno. De ambas maneras, olvidar es difícil. Pero muy especialmente cuando te obligas a hacerlo por pura supervivencia, al reconocer que hay cosas que, más allá de su belleza, importancia o grandeza, te están haciendo daño. O simplemente son imposibles y su realización, en positivo, no depende exclusivamente de ti. Pero el papel que nos toca en el teatro de la vida, drama o comedia, cuando no ambos géneros, es ya otro tema…