POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DESCONCIERTO


Si concierto es sintonía, desconcierto es algo así como sentirte perdido. En estos tiempos de enraizada crisis es fácil descubrirte desconcertado, con un añadido de incertidumbre. Como si a cada paso nos encontráramos ante un cruce de caminos que nos obligara a optar. Y si toda elección implica dudas, no digamos ya cuando nos topamos de bruces con que no sabemos entre qué elegir, pues ninguna de las opciones nos gusta.

No es difícil encontrarse desorientado en estos días en que el vértigo es la norma, ante un abismo que se asemeja a uno de esos monstruos que habitan agazapados en los cuentos de nuestra infancia, mostrando sólo una oscura boca que amenaza con engullirnos. Pareciera que el inquietante chirrido de la crisis se hubiera metido hasta en nuestros sueños, como una pesadilla que ni siquiera nos despierta para avisarnos de que todo era un mal sueño. Cuando algo negativo dura demasiado tiempo, se enquista y empieza a ser asfixiante, al modo de esas raíces aéreas que terminan por matar al árbol que les dio la vida. Pocas cosas más insoportables que percibir la imposibilidad no ya de cumplir nuestros sueños, sino de simplemente vivir.

Desconcierto es lo que respiras cuando el suelo vital sobre el que te mueves tiembla, cuando las que eran tus coordenadas, a la manera de invisible bastón en que apoyarte, se tambalean. Lo que sientes al ver que los cimientos parecen estar a punto de ceder y arrastrarte tras ellos en su caída fatal, especialmente si sabes que no hay otro lugar al que ir, porque uno no puede huir de la vida misma. Hay momentos en que no cabe la fuga, porque ni siquiera estás preso, aunque tampoco tengas el control.

Se originan auténticos huracanes a los que no les es dado perturbar tus días, pues te basta con cerrar la imaginaria ventana por la que podría colarse el ímpetu de su fuerza, para evitar los estragos de su efecto. Pero también es cierto que una simple brisa puede desencadenar todo un proceso destructivo. Y contra ella no valen parapetos, porque no se levantan muros defensivos contra aquello que no se vive como presagio de futura ruina.

Vivir es a veces un camino abrupto lleno de obstáculos casi inamovibles, que es más duro recorrer si estás desconcertado; si las brújulas dejaron de apuntar con precisión la dirección a seguir. Pero somos fuertes y nos aprestamos a enfrentarnos a lo que salga a nuestro encuentro, aunque amenace tormenta. Nadie nos dijo nunca que era fácil estar vivo. Siempre tan preocupados por mantener la guardia frente a algo tan intangible como la muerte, nos encontramos un día con que lo verdaderamente importante es estar bien despiertos ante la vida, que esa sí la puedes tocar con las manos, tratando de convertir en concierto el desconcierto.