POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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A LA SOMBRA DEL CINAMOMO


La primavera es un milagro de cuyo influjo no puedes sustraerte. Es tal la explosión de colores, olores, transformaciones…, que ignorar semejante efervescencia de pura vida es como estar en un bosque en llamas y pretender negar el calor. Siempre que no seas alérgico, te espera un maravilloso y prolongado espectáculo a plena luz, un regalo de la creación que te recuerda a cada instante que formas parte de ella en íntima y directa relación con el resto de seres vivos. Hay que ser muy insensible para no quedar absorto ante tanta belleza, sin más riesgos que sucumbir por una sobredosis de placer. Estamos en la estación de las sensaciones, como si se tratara de un parque temático para los sentidos, que se vuelven niños y acentúan su capacidad de descubrimiento, proporcionándonos un estado de bienestar en el que lo sorpresivo deja de ser anécdota y se vuelve prácticamente habitual.

Me gusta la primavera porque nada es igual de un día para otro y porque la realidad se torna magia, tan excelsa que no necesita de trucos para producir sus extraordinarios y fascinantes efectos. Muy diferente al panorama económico-social que nos rodea, de forma tan opresiva que más que envolvernos nos asfixia, y no precisamente por problemas de alergias. Agobia nuestra cotidianidad, en un país en el que más que estar unidos, máxime ante tanta adversidad, no se duda en poner el acento en lo que separa. Con España al borde del abismo en esta interminable crisis, no parece que nos lleguemos a sentir españoles, como no sea en cuestión de competiciones deportivas, que ahí sí que sale la vena patriota de modo general pero sin que sirva de precedente.

Que si del norte o del sur, con esta o aquella ideología, creyentes o ateos, hombres o mujeres, etcétera, etcétera, etcétera. ¿Cómo vamos a resolver problema alguno si no somos capaces de tener una sola voz que implique una necesaria superación de diferencias? ¿Y cómo pretender salvar las dificultades sin unidad? La capacidad y el poder se basan en aunar esfuerzos incidiendo en lo común. Mientras cada quien vaya a lo suyo, olvidando que no es imposible que llegue el momento en que nadie pueda ir a ningún lado si la convulsa sociedad estalla por donde menos lo esperamos, seguiremos respirando un viciado aire en que nada irá a mejor. No es cosa de unos u otros, sino de todos, y no llego a comprender que quienes tienen nuestra representación en sus manos y en su trabajo no nos transmitan esa clave. Parece más bien que se trata de separar, con una irresponsabilidad que al final puede pasarnos factura irremediablemente.

Es desazonador comprobar cómo está el patio de revuelto cuando hay tanto por hacer, así que por unos momentos me permitiré la evasión que nos procura el deleite de tanta belleza como la que la naturaleza nos ofrece por doquier durante todo el año, pero con una multiplicidad expresiva sin igual en esta época primaveral. Podremos no saber dónde escondernos para escapar de la sofocante confusión social, pero nos basta la fragante sombra del cinamomo para protegernos y hallar alivio ante el infortunio.