POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LOS HOMBRES QUE AMAMOS LAS MUJERES


Creo que ya ha pasado suficiente tiempo como para que los hombres hayan aprendido finalmente a cambiar su rol tradicional por otro más acorde con el nuevo papel de las mujeres en esta sociedad actual, tan diferente en cuestiones de género a la de hace apenas unas décadas. A fuer de ser sincera, no parece que la gran mayoría haya logrado adaptarse a los nuevos tiempos, aunque el panorama no es totalmente desolador.

A pesar de que el reguero de muertes por la violencia machista es tan excesivo como indignante, en esto de la conquista de la igualdad de derechos entre ambos sexos el colectivo masculino va creciendo, lentamente pero de una forma continua y con la suficiente fuerza como para que nadie pueda impedirlo. Cada día son más los hombres que entienden que esta es una lucha compartida en la que no pueden quedarse al margen, aunque de hacerlo ellos serán los que más pierdan. El futuro es mujer, por mucho que el presente se estire como chicle y ralentice la llegada del tiempo en que deje de ser preciso continuar reivindicando la igualdad efectiva y real.

Entre ellos hay ya muchos que llevan años sintiendo que todos somos personas más allá de las evidentes diferencias físicas y psíquicas, que son por otra parte las que hacen más interesante el mundo relacional. Pero es que además, los hay que no se quedan en una solidaridad teórica, compartiendo a nivel práctico el mundo femenino, tan plagado aún de objetivos a conseguir. Los que ni se limitan a ser meros observadores, ni se toman la licencia de darnos permiso a las mujeres para acabar de una vez por todas con el peso de una inaceptable desigualdad a nivel de derechos y posibilidades. Nadie nos tiene que autorizar para lograr lo que nos pertenece, aparte de que no cabe que nos pongan trabas o nos dificulten todavía más la ardua tarea de conquistar nuestro espacio.

El de la liberación de la mujer es un camino difícil y que requiere a veces de grandes dosis de valentía. La que tuvieron quienes por no seguir calladas y aguantando la tiranía maltratadora de sus hombres perdieron la vida a manos de ellos. Es, pues, un sendero manchado de sangre ante el que no se puede mostrar indiferencia, porque ésta es complicidad con los asesinos. Y que conste que todo tratar mal a las mujeres es maltrato, más allá de que acabe o no con sus vidas. Y los hombres que amamos nos tratan bien y caminan con nosotras codo a codo, sin actitudes paternalistas de quien se cree obligado a cuidar a quien considera más débil, y sin recelos ni miedos a ser aventajados por un sexo del que desconfían.

Los hombres que amamos las mujeres nos tratan de tú a tú y no lo hacen como dioses condescendientes que se dignan a bajar su vista al mundo terrenal. No sólo no nos roban espacios, sino que respetan la línea de separación entre las múltiples dimensiones del día a día de la mujer, ampliando su propio universo en la conjunción con el nuestro. Son capaces de mirarnos a los ojos y de escucharnos, no tachando de negativos todos aquellos rasgos que valoran muy positivamente entre ellos mismos. Son los hombres que a la hora de avanzar junto a las mujeres han entendido que las diferencias no separan y que no somos seres antagónicos ni enemigos, sino compañeros en la misma pugna.