POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

BASTETANOS AUSENTES


Entre las mujeres y los hombres a quienes se ha dado en llamar  bastetanos ausentes, los hay que pasaron una parte importante de sus vidas en Baza y después partieron para no regresar excepto en contadas y puntuales ocasiones; otros llegaron sin conocerla y al dejarla la añoraron; están también quienes vivieron siempre lejos pero Baza fue para ellos un punto de referencia permanente; y quienes aún volviendo a la mínima ocasión, o incluso viviendo aquí, no dejan de sentirse ausentes. Si ausente es el que no está, la dimensión geográfica cede, sin embargo, ante el sentimiento de pertenencia. Hubo un mal político de la comarca (porque malo es el representante que suscita la ira de sus representados, olvidando que él está ahí por ellos) que levantó ampollas al afirmar que no hay más bastetanos que los que viven en Baza. Creo recordar que a pesar del malestar provocado por sus palabras, nunca se disculpó. Lo cual no tiene tampoco nada de extraño, pues el político habla siempre mediatizado por los votos y muy pocos bastetanos ausentes votan aquí. Aún víctima de tan pobre planteamiento podría haber demostrado un mínimo de sensibilidad, pero no le vamos a pedir peras al olmo, cuando ni pidiéndoselas al peral las conseguiríamos.

Un día, hablando con un bastetano ausente, me comentaba su extrañeza al comprobar cada vez que venía por Baza que estaba mucho más al tanto de la actualidad de nuestra ciudad que quienes habitan en ella habitualmente. La ausencia produce añoranza, y contra ésta nada mejor que saber todo y más de lo que echamos de menos irremediablemente. Muchas veces no sabemos apreciar lo nuestro, simplemente porque nunca hemos sentido que lo hemos perdido. Aparte de esas personas cuyo sentimiento es, si acaso, el de echar de más. Es evidente que no siempre se puede hacer lo que se quiere, pero si un lugar no te gusta, qué menos que intentar irte lejos y vivir en otro que te sea más agradable. Precisamente ahora que la economía está en mínimos y el empleo no sólo no mengua sino que se incrementa sin pausa, lo de emigrar está a la orden del día, cuando no hace mucho era un recuerdo del pasado. ¡Han cambiado tantas cosas en tan pocos años! Cuando uno se va corre el riesgo de idealizar lo que deja atrás. Igual que cuando uno está a la fuerza puede llegar a demonizar lo que tiene. Y en ambos casos, por encima de la realidad está el sentimiento. Al final puede ocurrir que nada sea como es, sino como nos parece que es. De ahí la importancia de relativizar y marcar una distancia mental con respecto al objeto tanto de nuestras filias como de nuestras fobias.

Nada mejor que combatir la ausencia a base de nostalgia y amor, tejiendo con ellos, al modo de Penélope, un manto con el que cubrir la espera y romper la distancia. De cualquier manera, más allá de la teoría y de las reflexiones, hay una cosa inevitable para mí, que me he pasado muchos años siendo bastetana ausente hasta poder vivir en el lugar que siempre estuvo presente en mi corazón, y es que éste me lata con acelerada alegría cada vez que después de uno, varios o muchos días fuera, regreso y veo de repente la torre de la Iglesia Mayor antes de adentrarme en sus calles por la de Los Dolores. Ni una sola vez de las que vuelvo a Baza, aunque sólo me haya ausentado unas horas, dejo de sentir que estoy en donde quiero estar, en mi casa. Y por lo que he podido hablar con quienes se fueron y sueñan con regresar, es un sentimiento compartido.