POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS


“(…)Perdona nuestras ofensas, como también perdonamos a los que nos ofenden (…)”
-Padre Nuestro-

Una no es de mucho rezo, la verdad sea dicha, pero sí recibí una educación religiosa en la que aparte de mucha plegaria se me enseñó que al recitar una oración no debe hacerse como un papagayo, sino pensando en el significado de sus palabras. Y entre todas las súplicas a divinidades varias y santoral completo, el Padre Nuestro es tal vez la más simple y que todos conocemos, aunque a fuer de ser sincera confieso que aún me sé la versión de toda la vida: y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores… Pero en cualquiera de ambas modalidades estamos hablando de la capacidad de perdón, esa que echo de menos en demasía en estos tiempos y en esta sociedad. No hay disculpa alguna ante las deudas, aun cuando el acreedor lo sea por causa mayor y sin intencionalidad ninguna por parte del obligado.

Pienso, por ejemplo, en esas pobres personas a las que se desahucia sin contemplaciones, dejándolas en la calle, sin importar qué será de ellas, sólo porque son deudores de los omnipotentes bancos. Me pregunto qué hará la banca con tantísimo inmueble, máxime ahora que nadie tiene para comprar uno por más que lo necesite. Hay que estar ciego para no diferenciar entre los listillos que sistemáticamente viven del cuento y no pagan, y la gente desesperada que se encuentra imposibilitada para hacer frente a sus obligaciones en esta época tan difícil. No llego a comprender cómo los ciudadanos no nos rebelamos de una vez por todas ante tanta injusticia social. De nuestro dinero y sin pedirnos consejo hemos de contribuir al saneamiento de unos bancos que si están como están es por sus malas prácticas, no por nuestra culpa. Y si tenemos dificultades a nadie importamos, mucho menos a entidades financieras tan carroñeras. No me gusta nada formar parte de una sociedad que ataca a sus miembros más débiles con una frialdad que asusta. Hay que ser mucho más flexible si no queremos que el sistema se rompa, o al menos hay que practicar un poco valores tan importantes como la caridad y el perdón.

Pero si algunos desahucios son incomprensibles, no me provoca menos desconcierto el rechazo contra la excarcelación de un enfermo terminal sólo por el hecho de ser terrorista. ¿Dónde quedan la piedad y la indulgencia, exigiendo que el condenado a muerte por la vida no sólo lo esté sino que además se le note? No hay que ser creyente para ser buena persona y no por mucho rezar hay un cielo destinado para ti, eso está claro. Nunca voy a entender cómo puede dormir tranquilo el responsable de que de la noche a la mañana una persona o una familia se vea sin algo tan básico como una vivienda, con la que no se le asegura la felicidad pero en la que poder refugiar al menos infelicidades y penas. No sé por qué tengo el convencimiento de que no faltará una oración en los labios de quien tan poca compasión demuestra día a día, por lo que al menos sería deseable que no rece cual loro, sino que se pare un momento a pensar qué significa lo que sus labios musita. Con eso y con que después fueran sus actos consecuentes con sus palabras, seguro que todo iría mejor.