POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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COSAS QUE NUNCA ENTENDERÉ (2)


Que tengamos claro que hay determinadas cosas que no conseguiremos entender jamás, no quita para que nos provoquen incredulidad,  desasosiego, rabia, hartazgo…, según cuáles sean dichas cosas. Y uno puede moverse en la incertidumbre entre la crítica, más o menos implacable, o el marcar distancias, lo cual sin duda aplaca las reacciones, pero también puede abocarnos a una indeseable indiferencia. A veces no se tienen ganas de levantar la voz, pero hay que ser coherente incluso cuando creas que no tiene demasiado efecto. Puede que no te escuchen, pero tú no te sentirás esclavo de tu silencio; que no siempre son las palabras las que atan, y callarse puede ser pura falta por omisión. Entre el exceso y el defecto seguro que hay un punto de justo equilibrio.

Las preguntas surgen precisamente allí donde no comprendes lo que ocurre. Y ante ellas lo natural es buscar respuestas que aporten un poco de luz en medio de tanta confusión. Si en el trayecto chocas con análisis peregrinos carentes de toda lógica sólo cabe concluir que la razón está siempre de parte de quien la tiene, no de quien pretenda imponerla con absurdos argumentos que caen por su propio peso en el sinsentido. Cómo si no asimilar que a disminuir el poder adquisitivo de los jubilados, no revalorizando sus pensiones, se le llame ejercicio de responsabilidad. O que el que nuestra juventud se vea obligada a emigrar ante la escasez de posibilidades laborales en nuestro país se deba a simple espíritu aventurero, según los responsables, precisamente, de evitar la inmigración. O que ante las graves consecuencias de los desahucios no se les ocurra más que una moratoria de dos años para el pago de la deuda, de la que olvidan mencionar que acarreará unos intereses de demora tan leoninos como insolidarios. No sé qué sienten ustedes, pero yo veo tantas dosis de ineptitud como de provocación. Es como el que se jodan que exclamó una diputada de derechas mientras el gobierno de su partido desgranaba graves medidas de recortes, siempre contra los más necesitados.

No sé, igual no doy para más, pero por más que me esfuerce no puedo entender que los políticos nos vendan primero el regreso del tren a nuestra ciudad, para acto seguido pedirnos que nos echemos a la calle para exigir su vuelta. Me debo de haber perdido algo en el ínterin, porque no llego a comprenderlo. Como tampoco me entra en la cabeza que se perdiera la oportunidad de eliminar la Cruz de los Caídos, atentando contra la Ley de la Memoria Histórica, y además llamando radical a quien pedía cumplir la legalidad por encima de conveniencias electorales y demás patrañas. En este caso, a algunos les gusta pensar que por eliminar el nombre, el monumento fascista deja de ser una ofensa contra los que perdieron la guerra civil, esa ignominia de la historia de España, en la que los perdedores fueron los que luchaban contra los que dieron un golpe de Estado e impusieron por las armas una dictadura que se llevó por delante el régimen democrático, la voluntad del pueblo español  y la oportunidad de futuro para generaciones enteras. Esta cruz no es ningún símbolo religioso, es un recordatorio vergonzoso, puro oprobio para quienes ven cómo se perpetúa la voluntad de alguien que pasó a la historia como un cruel tirano que no nos aportó más que sufrimiento, retraso y aislamiento internacional. Excusarse en un puñado de votos es tan pobre como mezquino. Así que qué quieren que les diga, a no ser que una vez más repita que hay cosas que nunca entenderé. Afortunadamente.