POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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NOSTALGIA INVERNAL


Hace frío, normal en pleno invierno, pero del que obliga a pertrecharse de bastante abrigo para echarse a la calle. Aunque luce el sol, el viento helado que llega de las montañas nevadas es de lo más desapacible. Aun así no dejo aparcado mi dominguero paseo matutino y camino despacio y tranquila por una Baza sin apenas coches y con poca gente con la que cruzarse. Pensando en el bello concierto de ópera que disfrutamos ayer los que acudimos al Ideal, llego hasta la plaza de la Cruz Verde, tan distinta a la que tengo en mis recuerdos. Jugué mucho en ella de pequeña, y de mayor recuerdo especialmente haber pasado tardes de verano leyendo Memorias de Adriano, de la Yourcenar, sin que nada ni nadie perturbara mi lectura. Hoy ni siquiera puedo imaginarme sentada en un banco, porque lo que antes era un rincón recogido, ahora se asemeja más a un lugar de paso. Me gusta que se dejara la cruz verde de hierro forjado, mas no entiendo que no se salvaran también las farolas de pared a juego, con las palabras Cruz y Verde; tampoco creo que sobraran. Ahora no hay barreras arquitectónicas, es verdad, sin embargo se ha diluido en la nada el concepto de plaza como lugar de encuentro, idóneo para detenerse y aislarse del bullicio cotidiano de las calles.
Es lo que tiene la memoria, que cuanto más mayor eres más se da la oportunidad de la nostalgia. Y si ésta late frente a lo inmutable, no digamos con respecto a lo que cambia… Porque hay cambios que claramente mejoran, aunque también los hay que enturbian la evocación de lo que ya no hay. O al menos eso es lo que yo siento cuando paseo por la Alameda. Para mí no hay otro rincón bastetano que pueda competir con ella en mi mundo particular de lugares favoritos. La Alameda siempre será mi preferida, y más ahora que está preciosa, mucho mejor que antes. Pero, ay, la nostalgia de la balsa chica no deja de intensificarse invariablemente cada vez que no la veo. No es que la balsa grande me agrade especialmente, tan aséptica y absolutamente neutra estéticamente, pero tampoco me atraía de un modo especial antes de su reforma. Foto: LOLA FERNÁNDEZ

Sin embargo, la balsa chica poseía un atractivo particular único. De niña me fascinaba tener el agua tan al alcance de la mano, con sus peces de colores escabulléndose al asomarme para mirarlos. Siempre me gustó singularmente su forma de estrella y el estar a ras del suelo, con su borboteo de agua tan relajante en el centro, y era la imagen que me venía a la mente al recordar el parque. También me encantaban los poyos escalonados de las escaleras que accedían al estrellado estanque: guardo en la retina antiguas fotos en blanco y negro de mis familiares, muy anteriores a mi existencia, y después traté yo de atrapar en imágenes de grupo versiones modernas de aquellas instantáneas, hoy imposible de tomar.

La ciudad va creciendo, acomodándose a las transformaciones que va teniendo a lo largo de los años. Es lógico, porque de no ser así, podría quedarse tan anticuada como las viejas fotografías. Lo cual no obsta para que una eche de menos lugares que le gustaban más como estaban que como están…o no están, que eso es mucho peor. De cualquier manera, siempre nos quedará mirar el álbum fotográfico, real o formado por los recuerdos del ayer, que por fortuna nadie podrá arrebatarnos.