POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DE QUÉ ESCRIBO


Si del cabreo pudiera sacarse provecho económico, España salía de la crisis en un santiamén. Porque aunque en la calle no se abre paso una protesta general, los distintos motivos para saltar a ella y gritar en voz alta el malestar son tantos que no hay día en que ello no ocurra. Pero la indignación se estrella contra la indiferencia de quienes tendrían que escuchar a la ciudadanía antes que cualquier otra cosa; choca frontalmente con una sordera que a modo de espigón frena todo impulso social, convirtiendo en suave espuma el más impetuoso oleaje. Y ello aumenta, aún más si cabe, el enojo de la gente, que asiste aturdida a un panorama desolador de corrupción e insensateces que ponen a prueba todo el sistema democrático.

Dicho lo cual me apetece compartir con ustedes el dilema al que como escritora me enfrento, siempre, aunque últimamente con más intensidad, de por qué optar a la hora de escribir estos artículos: si ensimismarme en un mundo interior en el que buscar algo de luz entre tanta oscuridad; o levantar la voz, siquiera por escrito, contra la injusticia que campa a sus anchas y día a día en nuestras vidas. Y la solución no es nada fácil, por más que pudiera parecer lo contrario. Una puede crear a base de palabras un oasis en el que refugiarse de la tormenta de arena, o tratar de construir un mirador asequible desde el que tener una más amplia panorámica de todo lo que ocurre más allá de la reflexión íntima y personal. Y siendo positiva cualquier pausa en medio de tanto desorden, adentrándonos en algo tan imprescindible como es la esencia humana, no lo es menos la mirada social. Porque evidentemente el nosotros desborda los límites del yo; pero aun así, si nos hallamos perdidos a nivel individual, poco aportaremos al grupo.

Tan válido es resaltar la grandeza de valores que hoy no brillan precisamente por su presencia en la sociedad -tales como honestidad, autenticidad, entrega, altruismo, generosidad, responsabilidad, y tantos otros-, como señalar directamente las consecuencias que todos padecemos por su ausencia. Se puede atender al motor, como se pueden analizar sus prestaciones, fijándonos en el rendimiento más que en las posibilidades. Unas veces seremos, al escribir, más yoicos, y otras adoptaremos una actitud grupal; pero siempre sin perder de vista el horizonte que pueda servirnos de referencia, que no es otro que la misma comunicación. De manera que debería dejar de preguntarme de qué escribo, pues hay tantos temas que no es difícil elegir. Sin duda lo más importante es simplemente escribir, y hacerlo con sinceridad, valentía y compromiso personal, amén de tener algo que decir y conseguir que sea accesible para los lectores. Si una lo consigue o no es algo que ya escapa a mi conocimiento, seguramente en eso tiene la última palabra el lector antes que el escritor.

Así que, como les iba diciendo, andan las aguas revueltas y algunos, muchos, cada vez más, demasiados, nos han tomado por idiotas y tratan de apurar hasta la extenuación su desvergüenza. Y no es sólo que a río revuelto, ganancia de pescadores, es que una tiene a veces la sensación de que ya no se conforman con el pez más grande, sino que su intención es quedarse con todo el pescado. Está por ver si consiguen pasar por encima de todos nosotros, o si entre todos seremos capaces de dejarles claro que hasta aquí hemos llegado.