POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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COSAS QUE NUNCA ENTENDERÉ (3)


Al igual que hay cosas muy difíciles de entender, las hay también que te desconciertan y escapan a una correcta asimilación mental. Por aquí y por allá nos llegan informaciones cuya caótica lógica tal vez surja directamente del desorden innato a estos tiempos demasiado difíciles durante un periodo tan excesivo ya. El tren de Baza, por ejemplo, lo están emparentando con el río Guadiana, por aquello de que éste desaparece y aparece por arte de la naturaleza, mientras que con aquél lo mismo celebramos su llegada, con esa descerebrada urgencia de quien queriendo apuntarse el tanto se mete un gol en propia puerta, que sin más explicaciones seguimos exigiendo su regreso. A mí, como ciudadana, me provoca rechazo que se nos pretenda utilizar de modo tan zafio, sin llegar a atisbar, sería mucho pedir, que necesitamos representantes inteligentes, no listillos que se mueven cual veletas mareadas por el viento, llegue por donde llegue y vaya hacia donde vaya. Y ante otro tema mucho más peliagudo, el paro, otro tanto de lo mismo: o no se explican o no me entero, pero es significativamente estúpido que de uno a otro noticiario pase de seis a cinco millones como por arte de magia, como si fuera baladí un millón más o menos de personas en el paro. Que se lo digan a los casi dos millones de familias con todos sus componentes en tal situación. Con la desesperanza no se juega.

¿Qué hacen mientras los políticos? Me voy a reservar la respuesta, e invito a cada cual a dar la suya propia.

Los aires de grandeza entre gente tan mínima levantan ampollas en la inteligencia de las personas sencillas, que sólo buscan vivir y que nadie ni nada les impida hacerlo en paz y del mejor modo posible, que a fin de cuentas sólo se vive una vez. Ni la justicia es para todos igual, ni la crisis se padece de manera similar entre todos. Porque la inmensa mayoría soportamos la carga de innegable negatividad que nos ha caído en suerte, y unos pocos, demasiados pero minoría al cabo, no es ya que vivan bien, es que lo hacen a nuestra costa , sin reparos y pidiendo además nuestra colaboración. No sé si cabrá en alguna cabeza, pero en la mía no desde luego.

Ahora que toca ponerse al día con Hacienda, pienso que hasta las más débiles entendederas pueden comprender que prefiero que mis impuestos sean para reconstruir Lorca, por ejemplo, con más de mil viviendas esperando ser arregladas dos años después del seísmo que acabó con la vida tranquila y normal de una ciudad que podría haber sido la nuestra, antes que para rescatar a una banca que se reparte las ayudas en jubilaciones no ya escandalosas, sino que son un puro atraco. O para un padre o una madre de familia, o sus hijos e hijas, antes que para puestos de trabajo que a día de hoy son tan innecesarios como, verbigracia, un periodista al servicio de unos políticos, sin más pretensión que servir a unos intereses de partido dejando constancia de lo bien que lo hacen. En estos tiempos hay que reconsiderar la importancia de la imagen, porque es muchísimo más admirable la labor bien hecha que el relato ideal de lo que se hace, más bien poco, para qué engañarnos, o pretenderlo. Si hemos de contribuir al sostén del Estado, que no sea para despojarle del bienestar general en aras del enriquecimiento personal de quien pone todos los mecanismos institucionales a su favor. Aunque parece que algunos aún no se han enterado, son tiempos para la solidaridad y la fraternidad, no para el más aborrecible egoísmo.