POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ÍNTIMA COBARDÍA


Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez.
William Shakespeare

No es que comparta exactamente la teoría de Jean-Jacques Rousseau de que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que lo malea. Antes al contrario, creo que es en sociedad y a través de la educación, especialmente en los dos primeros años de vida, en donde nos alejamos de nuestra parte más animal y meramente instintiva. No nos arrebatan el mundo de los instintos, pero nos enseñan el control. Estoy convencida de que lo que no se nos inculque a este nivel en ese periodo, será mucho más difícil, cuando no imposible, de adquirir a posteriori. No obstante, coincido con el ginebrino en que a veces, más de las deseables, existe ese daño social para los integrantes de los grupos humanos. Y cuando algo te provoca dolor, especialmente si lo sientes innecesario y evitable, puede aparecer el miedo, y ante él, muy diversas respuestas y modos de reacción.

De entrada, el miedo es un aliado perfecto de nuestra supervivencia, especialmente ante amenazas reales. Por otra parte, creo que no es difícil convenir que mejor temer los peligros, que obviarlos ignorándolos. Los superhombres y las supermujeres son más cosa de los comics que de la realidad. No tiene nada de extraño recelar de lo que nos puede dañar, que por lo general nos vendrá del mundo externo. Otra cosa muy distinta es lo que yo llamo la íntima cobardía: tener miedo de nosotros mismos. Puede ser hasta cierto punto lógico asustarse de algo que no puedes manejar, a lo que te enfrentas sin ningún deseo de participar en tal guerra, que no es la tuya, y en la que además eres minoría frente a una mayoría a la que nadie le ha pedido vela en el entierro. Lo malo es cuando no eres capaz de mirar a tu interior porque no te atreves a afrontar quién eres. Ahí no hay mayorías ni minorías, porque sólo estás tú frente a ti mismo.

Es verdad que en ocasiones la sociedad lastima a parte de los suyos sin ninguna consideración. Pienso, por ejemplo, en un adolescente homosexual. Lo va a tener más difícil que sus compañeros, a todos los niveles, sin detenerme en detalles. A pesar de leyes progresistas, se moverá en un mundo homófobo e intolerante, en una edad muy difícil en la que no será infrecuente que su sensibilidad se resienta de por vida. Y tendrá que mostrar un plus de valentía y madurar a marchas forzadas si no quiere quedarse en el camino. Nadie le ayudará ni le comprenderá, a no ser sus iguales, y aun así puede que se niegue a moverse en guetos y grupos cerrados, tan limitados y empobrecedores siempre. Tendrá que elegir entre vivir su propia vida o la que le exige esa abstracta mayoría que pretende ejercer ante él un poder que no le corresponde. Y tendrá que ser muy auténtico para no claudicar por cobardía. Si no se acepta, será un desgraciado y arrastrará con él a la desdicha todas las tapaderas de las que se sirva o pretenda servirse. Nunca hay que tener miedo de ser uno mismo ni olvidar que para poder mirar a los demás a los ojos, previamente hemos de aguantar nuestra propia mirada.