POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA MEMORIA PERSONAL


Me apena vivir en un país que para reparar y reconocer a las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura franquista haya de recurrir a la legislación, cuando hace ya tanto tiempo que no debería haber restos humanos en fosa o cuneta alguna. Y aún me parece más triste que la Ley de la Memoria Histórica encuentre más obstáculos que puertas abiertas para cerrar heridas y acabar para siempre con un enfrentamiento que nunca debió darse. Como no me gusta nada que en Baza siga habiendo un monumento conmemorativo de aquella vergonzosa etapa, excusándose en dudosas razones artístico-religiosas. Que sean los políticos los que amparen esa falta de respeto para con los vencidos volviendo a  negarles los derechos a las víctimas, como en su día hicieran los triunfadores, es algo que inevitablemente se prende a mi memoria, y no precisamente a la histórica, sino a la personal. La memoria personal, íntima y exclusivamente nuestra. No sé ustedes, pero yo no pienso olvidar nada de lo que estamos viviendo en estos tiempos tan difíciles, en esta crisis con tan profunda vocación de continuidad.

De ninguna manera caerá en el olvido tanta evitable injusticia como la que se da día sí y al otro también en esta España nuestra tan alicaída y debilitada por tantos desmanes a diestro y siniestro, tanto atropello generalizado que ha convertido el patio en un atraco a manos llenas, con unos pocos que se reparten el botín mientras aprietan el nudo que asfixia a la gran mayoría. Como no olvidaré la desvergüenza de quienes acaban con los logros de generaciones que sufrieron incluso dando sus vidas por los derechos que ahora se suprimen de un plumazo; ni el asco que me dan estos mesiánicos políticos que se toman incluso el derecho de mandar sobre nuestros propios cuerpos, de las mujeres, para indicarnos cuándo ser madres incluso en contra de nuestra voluntad. ¡Hay que ser tarados mentales!

Nunca voy a olvidar cómo ladrones amparados por siglas e instituciones campan a sus anchas sin mayores problemas, mientras los mismos desgraciados de siempre respiran desesperanza desde una honestidad que no es que esté devaluada, sino que directamente se ha convertido en todo un lastre en los tiempos que corren. Del mismo modo que voy a recordar perfectamente cómo las pobres personas se suicidan, desesperadas, mientras quienes tendrían que darles soluciones sólo se preocupan de que no se descubran sus millonarias cuentas en paraísos fiscales. ¿Cómo no recordar que utilizan el poder para ampararse y llevárselo calentito, sin escuchar al pueblo que en las calles grita que no puede más? Puede ser que no hayan caído en la cuenta de que son ellos los que empujan al suicida, los que engrosan las cifras de víctimas con sus demenciales recortes, los que empujan a la juventud a un exilio que les debería avergonzar…si es que tuvieran vergüenza.

Me duele mucho nuestro país, con un innegable potencial económico pero bajo mínimos por la nefasta actuación de los poderes públicos, que en lugar de garantizar el sistema democrático, que se traduce en el bienestar general, parece que se hubieran puesto en contra del pueblo soberano, única razón de cualquier sistema, en una huida hacia delante sin mirar atrás. Quizás han olvidado que para seguir muy pronto tendrán que volver a contar con todos nosotros, los grandes ignorados, los mismos a los que llaman terroristas cuando expresan su indignación. Y entonces pueden llevarse la sorpresa de que a pesar de sus nuevas campañas de renovadas mentiras, desde su convencimiento de que somos simples ignorantes a los que es fácil engañar, no conseguirán que olvidemos, por algo tan simple como que le debemos un respeto a nuestra memoria personal.