POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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TERAPÉUTICA JARDINERÍA


Hubo un tiempo en que, a pesar de que me encantan, decía que no quería tener que cuidar niños, animales o plantas. Los niños y las niñas porque dejaban de ser bebés rápidamente y pasaban a estar contaminados por los mayores. ¡Es tan bonito cuando los pequeños te dicen cosas increíbles y sabias desde su lógica infantil! Confieso que si los hijos siempre fueran bebés, tendría un montón de ellos. Con los animales, perpetuos bebés, me pasa que considero que no son para vivir en una casa, privándoles de la libertad y acomodándolos a nuestras particulares conductas humanas, que a veces son más inhumanas que las suyas. Y con las plantas porque pensaba que con tanto viaje no iba a ser capaz de tenerlas bien cuidadas.

De repente, con el paso de los años, de pronto vi mi terraza desnuda y me entró un inesperado deseo de ajardinarla. Llevarlo a cabo fue un proceso enormemente satisfactorio y los resultados me proporcionan un placer que ni siquiera había imaginado anteriormente. Pero lo más importante es que adentrarme en la jardinería ha resultado ser absolutamente terapéutico. Para empezar, mientras estoy trabajando con las plantas no pienso en nada que no sea en ellas; preocupaciones y problemas se esfuman de mi mente como por arte de magia, no existen. Para continuar, aparece una responsabilidad que no te saltas ni en los días malos; porque enseguida comprendes que las plantas dependen de ti directamente, y eso te obliga a un cuidado continuo. Cuando alguna de ellas muere porque no se ha adaptado o porque no ha resistido un clima extremo de calor o frío, me limito a comprar otra y no me siento responsable en modo alguno; pero si es por mi culpa, me siento fatal. Eso me ha llevado a tener un invernadero para los duros inviernos bastetanos, con lo que muy pocas mueren de frío.

También me pasa que cuando llega la floración, cada nueva flor me parece un auténtico milagro. La última que ha nacido ha sido una gardenia, que en tres años es la tercera, con lo cual es una flor difícil, pero es maravillosa y te llena el salón de un perfume indescriptible (me faltan adjetivos para atrapar algo tan delicioso). Otras veces te sorprende que una planta que lleva años sin florecer, de repente lo hace; es lo que me ha pasado con las gerberas, que con un precioso color rojo han nacido cuatro después de pensar que ya no lo harían. Es perfecto tener plantas por toda la casa y verlas crecer alegres y sanas, regalándote preciosos y variados colores.

Aunque tenerlas en el exterior tiene algunos placeres añadidos. Mira que me aterrorizan los insectos, pero me fascina ver libar el néctar de las flores a las abejas, tan importante para la polinización y para después saborear la dulce miel. Observándolas, apurando la luz hasta el final, he descubierto que son unas incansables trabajadoras, y es una pena que se encuentren en peligro de extinción a causa de los pesticidas. Los humanos no tenemos remedio, está claro que el respetar el medio ambiente no es nuestro fuerte. Otra ventaja del disfrute de las plantas de exterior es que te acaricia la brisa, te despeina el viento, el sol se prende a tu piel…y cuando llega la noche te cubren las estrellas y la luna en sus distintas fases. Esta noche de San Juan el Universo nos regala la gran luna, y mirarla entre los perfumes de las flores es algo único y nuevamente indescriptible (hay algunas sensaciones que es mejor no verbalizar, con sentirlas basta)