POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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UNA DE POETAS


Vaya por delante que cuando me gusta la poesía de alguien no me importa si está escrita por un hombre o una mujer, al igual que detesto el término de poetisas, que es feo y me suena de lo más despectivo. Si alguien prefiere hacer distingos en la denominación, seguro que no le gustará llamar a los hombres que escriben poemas poetos o poetisos, Así que reivindico la palabra poetas para incluir a ambos géneros. Hombres y mujeres poetas es lo que considero más adecuado y correcto, y la vía más rápida para no volver a hacer invisibles a las mujeres, como acostumbran los hombres y las mujeres machistas. No entiendo que algunos y algunas hablen de la edil para no decir concejala, de la juez por evitar la palabra jueza, del genérico masculino para no duplicar (siempre ocultando al femenino). En este caso, no tienen reparo en hablar en masculino aunque se refieran a una reunión de, por ejemplo, mil mujeres y un solo hombre. Se escudan en que el género masculino abarca también el femenino, pero bien que se quejará ese hombre si se les habla en femenino… Reminiscencias de cuando las mujeres no existían socialmente y aún tenían menos derechos que los hombres (cosa que por desgracia todavía ocurre). Me entristece cuando una mujer se autodenomina médico, abogado, ingeniero, etc. Y si es un hombre el que se refiere así a ellas, me indigna. Estoy convencida de que ese ocultamiento de la mujer, nada inocente, tiene mucha culpa en cómo se la maltrata, o como poco se la trata mal.

Pero vuelvo a la poesía, que me quita tristezas e indignaciones. Aunque sea para entonar un mea culpa porque en el único, que no último, poemario que tengo editado, Jardín de lluvias, en el apartado de agradecimientos me refiero a Arthur (Rimbaud), Whalt (Whitman), Pablo (Neruda), Miguel (Hernández), Rafael (Alberti), Federico (García Lorca) “y tantos y tantos otros poetas…” Ni una mención a mujeres poetas, que mira que las hay que me encantan. Cuando caí en la cuenta, mucho después de editar el libro y sin que nadie me lo hiciera notar, traté de buscar una explicación suponiendo que en esa época eran los que más leía, pero la deseché rápido, porque de haber sido por eso no habría olvidado a Pedro Salinas, Luís Cernuda, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Félix Grande, Gibran Khalil Gibran, Oscar Wilde, Tagore, Charles Baudelaire, Paul Verlaine,  Kavafis, Rubén Darío, San Juan de la Cruz, Goethe, Ángel González, Vicente Aleixandre, Benedetti, Borges, Antonio Carvajal, Leonard Cohen, Bob Dylan, Dylan Thomas, León Felipe, Antonio Gala, Herman Hesse, Saint-Exupéry, Shakespeare, Jorge Manrique, Quevedo, Amado Nervo, Octavio Paz… Lo mío no tiene perdón y fue un caer yo misma en ese ocultamiento de las mujeres que tanto detesto.

De ahí que el resto de este artículo sea para agradecer sus versos a las mujeres poetas que me hacen más agradable la vida. Vaya por ellas: siento debilidad, no necesariamente en el orden en que las nombre, por Paca Aguirre, Safo, Emily Dickinson, Olga Orozco, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Rosalía de Castro, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Rosa Chacel, Patti Smith, Luisa Castro, Gloria Fuertes, Silvia Plath, Marguerite Yourcenar, María Zambrano, Carmen Conde, Ana Rossetti, etcétera, que tampoco es cosa de citarlas a todas, porque para muestra un botón. Y con esto me auto perdono, que es para mí más que suficiente.