POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL CIELO DE LOS POETAS


Empecé mis vacaciones veraniegas en Riba-roja d’Ebre (Tarragona), asistiendo a la segunda edición del festival Poesía desde los Balcones, en homenaje a Monserrat Abelló. Más de 40 poetas, hombres y mujeres llegados desde toda España, estuvimos participando para, a la postre, decirle con nuestros versos: “te queremos, y eres luz para nosotros”. Faltaba poco para que el verano acabara, cuando me comunicaron que “la” Monserrat, a sus 96 años, nos había dejado para siempre. La primera tristeza se transformó pronto en alegría al recordarla tan feliz, porque ese es el recuerdo que nos quedará a quienes la conocimos con ocasión de este encuentro poético. Quiero creer que ella está ya en el cielo de los poetas, que no es para nada un club de poetas muertos, sino un jardín celeste en el que las diferentes voces de unos y de otras están absolutamente vivas.

Me quedé impresionada al ver a todo un pueblo volcado en este evento, logrando que Riba-roja fuera durante un fin de semana el corazón mismo de la Poesía; latiendo en versos, en música, en pintura…, en toda una fiesta colectiva. Colgaban los versos de las barandas de los balcones por aquí y por allá, y los vecinos ofrecían sus casas y sus viandas a quienes no fuimos nunca forasteros. Sentirte en casa entre tanta gente a la que ves por primera vez puede parecer difícil, pero es posible gracias a la amabilidad, generosidad y respeto de quienes te acogen sin importarles de dónde vienes o a dónde vas. Y todo por amor al Arte: que un pueblo que ama la Poesía, es un pueblo que sabe mirar las estrellas y el horizonte cuando el sol naciente lo pinta de colores; y, sólo por eso, ya es privilegiado.

Si la energía no muere, pues sólo se transforma, me gusta pensar que cuando alguien se va para siempre, parte de su espíritu queda en esta vida: en quienes le recuerdan y evitan así el olvido, y en sus pertenencias, para que no queden absolutamente huérfanas. Del resto, ni idea: nadie volvió nunca del más allá para explicarnos los enigmas de la muerte, así que sólo caben conjeturas. Y a la hora de suponer, no se me ocurre nada mejor para una misteriosa eternidad que un cielo de poetas, intercomunicado con el de otros artistas, artesanos de la belleza, como músicos o pintores. Un jardín entre estrellas, en donde campa a su aire la inspiración, y cuyos sonidos sólo son percibidos por corazones sensibles a los que no derrotó la fea dureza de la realidad. Allí arriba, hombres y mujeres ingenieros de futuro; aquí abajo, sus obras inspirando nuestras vidas.