POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MAÑANA DE NIEBLA, TARDE DE PASEO


En esta época no es raro, si se viaja al amanecer, encontrarse con la niebla que provocan las nubes al bajar hasta la tierra, reduciendo la visibilidad a veces de tal modo que te sientes algo perdida, porque apenas distingues ante ti unos pocos metros. Cuando desaparecen puntos de referencia tan esenciales en la conducción como son las líneas de la carretera, no puedes sino disminuir la velocidad o detenerte, sencillamente porque no sabes por dónde vas ni qué dirección va tomando el camino. Es una sensación bastante desagradable, pero el viento va haciendo avanzar la niebla, apareciendo de vez en cuando la nitidez habitual, aunque por pocos segundos… y vuelta otra vez a la fantasmagórica claridad de la niebla espesa. Hace unos días conduje por estos bancos de niebla durante bastantes kilómetros, que de repente se me antojaron demasiados, porque a nadie le gusta moverse a oscuras, y menos si tienes prisa; pero lo que más me llamó la atención fue la sensación de soledad y blanquecino silencio en medio de la naturaleza. De repente estás sólo tú envuelta por la niebla y con todos tus sentidos concentrados en el escaso aire limpio que te precede. Mañana de niebla, tarde de paseo, dice el dicho, aunque cuando llegué, con retraso, el sol lucía espléndido sin esperar a la tarde.

En esos momentos de conducir concentrada, pensé que esa niebla cerrada es muy parecida a la tristeza profunda. Quien más quien menos, y más en estos tiempos de desesperanza, sabe muy bien distinguir entre los momentos tristes y una tristeza mucho más devastadora que se abraza a ti hasta convertirse en una segunda piel. Es esa pesadumbre que te cala hasta los huesos la que te hace sentir igualmente desorientada, confusa, en ocasiones perdida y sin saber encontrar una salida a la luz. Cuando no se ven las cosas con la suficiente claridad, lo que puede parecer fácil a los ojos ajenos se antoja difícil en exceso, cuando no irresoluble. Es como si una niebla te nublara la razón y te cercara y encerrara en un pozo del que no sabes cómo escapar. De poco o nada sirven las manos tendidas o los deseos de ayudarte: sólo tú puedes acabar con la oscuridad. Y de repente, sin saber cómo o por qué, el pesar y las penas se esfuman, como se levanta la niebla sin dejar rastro de su paso. Cuando el desconsuelo es la tónica, no es infrecuente enfermar de pena; pero nunca hay que dejarse llevar por el dolor ni abandonarse a su fiereza. Porque el sol está ahí, aunque la niebla no nos deje verlo, y cuando esta finalmente deja de ser, la tristeza levanta el vuelo y nos libramos de ella, que es tanto como decir que recuperamos la libertad y la capacidad de decidir sin el insoportable peso de la melancolía. Y el sol brilla de nuevo para nosotros.