POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LO NUESTRO Y LO DE FUERA


Tal vez porque siempre me tocó ser de fuera, tengo una especial sensibilidad ante el rechazo a lo foráneo; no entiendo que para valorar lo propio haya que menospreciar lo ajeno, y prefiero una mentalidad abierta antes que una llena de prejuicios. Tan ridículo es pretender que abracemos una globalidad cultural, como sacar los paletos localismos (nada mejor que lo mío…) a pasear, o atrincherarse en defensa de elementos aborrecibles de nuestra manera de ser y expresarnos, eso que llaman idiosincrasia, sólo porque son tradición. Pero es que, ya puestos, ¡qué pocas cosas que llamamos nuestras nos pertenecen! Los sabores y olores, los paisajes humanos, los sonidos y el tacto…, todos nuestros sentidos responden a estímulos productos de sumar, no de restar. Nuestras mismas palabras presentan procedencias de las más diversas civilizaciones; y por muy únicos e insuperables que nos sintamos, todos somos humanos y, por ello, hermanos.

Todo esto viene a colación por el menosprecio de unos pocos hacia algunas fiestas que de unos años para acá se han instalado naturalmente en nuestra sociedad, como la de Halloween. Con argumentos que no se sustentan, se rechazan sin más, aunque el motivo más esgrimido es que es cosa de los americanos… Claro, como las prendas vaqueras, la Coca-Cola, maravillosos clásicos del cine, Walt Whitman, New York, Bambi, y un etcétera tan amplio que no cabe en los márgenes de un artículo. Dejando a un lado que esta es una fiesta de origen celta, lo de menos es la anécdota. Porque a todos y todas se nos llena la boca con palabras como tolerancia, respeto a la diversidad y otras bondades conceptuales, pero a la hora de la verdad con demasiada frecuencia se olvidan los detalles. Y es a partir de ellos que se construye y, también, que se descubre cómo son realmente las personas, más allá de sus palabras… ¡que obras son amores y no buenas razones!

¿No a Halloween porque no es nuestro?, ¿y qué hacemos con el café, el azúcar, el chocolate, las piñas y mandarinas; qué con la seda, el vino, las especias, el jazz, la ópera, el teatro, la poesía… y así estaríamos horas? ¿Renunciamos a la lectura porque la imprenta la inventó un alemán, a escuchar música porque el ritmo es tribal, a deleitarnos con una pintura porque su origen está en las cavernas; o nos dejamos mejor de tantas tonterías que nos empequeñecen personalmente? Además, cualquier fiesta que ilusione a niños y niñas, sea bienvenida, y ojalá su futuro esté libre de odios y rechazos injustos. Más nos valdría unirnos para impedir que sistemas políticos, económicos, religiosos, sociales en general, de cualquier índole y procedencia, nos esclavicen y hagan infelices; que estar ojo avizor escudriñándolo todo por si se filtra algo forastero.