POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DEL RECHAZO


Si realmente algo no te importa, no pueden llegar a ti a través suyo, ni te provocará más que indiferencia. De no ser así, tal vez hayas de revisar ese realmente. Damos por supuestas muchas cosas en nosotros mismos, que después no son como las pensamos, si es que existen siquiera. Será por eso que a veces nuestras reacciones nos sorprenden, por inesperadas: podemos sentirnos débiles y descubrir ante la adversidad que no lo somos en absoluto, y lo contrario. De cualquier modo, conocernos no nos garantiza el control de nuestros recursos y carencias personales; simplemente porque no estamos solos, y nos movemos en un entramado de relaciones sociales en el que nuestras conductas individuales han de adaptarse las unas a las otras para sentirnos cómodos dentro del grupo. Las interrelaciones se dinamizan por un juego de atracción/rechazo que lleva a una necesaria cohesión, aunque no es infrecuente que ésta se rompa por el rechazo de la mayoría a quien no se mueve dentro de sus coordenadas. Cierto que la sociedad no es una, que hay tantas como agrupaciones, que depende de la cultura en la que nazcas el que vivas con unos parámetros u otros; pero siempre subyace idéntica la colaboración de los miembros del grupo en pos de lo mejor para éste. Y ahí es donde surge el rechazo hacia el diferente, que a veces se enfrenta a una omnívora mayoría que no es sino la expresión de una tácita sumisión al dictado de unos pocos que imponen lo que hay que decir, lo que se ha de hacer, y a veces hasta lo que hay que pensar.

Con independencia de lo que lo motive, el rechazo siempre duele; ya sea en sus más sutiles modos de expresión, ya en el repudio más activo, ese que puede acabar fácilmente con la eliminación de quien huye del pensamiento único, o de quien, sin más, es diferente. Hay quienes matan con machetes, ensangrentando sus manos, y todos estamos de acuerdo en que son asesinos; sin embargo, se nos escapa la autoría de muchos crímenes de guante blanco en esta sociedad que nos ha tocado, en la que existen muchas y diferentes formas de eliminar al disidente: desde las torturas y matanzas de cientos, de miles, de millones de personas por designio de locos visionarios que quieren un mundo alienante y alienado; hasta esos crímenes perfectos en los que no hay sangre, ni armas, pero sí alguien que mueve los hilos hasta conducir a los más desgraciados y débiles hasta el abismo. Se rechaza por miedo, por desconocimiento, por intolerancia, por obediencia a quien impone el rechazo, por descubrir en el rechazado rasgos nuestros que no aceptamos, por envidia,… cuando no por todo esto a la vez. Y siempre hay grandes dosis de cobardía, que se multiplica cuando la desdibujas en la razón de la mayoría. No hay libertad sin arrojo, y no hincar las rodillas tiene por lo general un alto precio y una terrible contrapartida, la soledad. Aunque más vale estar solo que mal acompañado, y es preferible mirar a la cara, que bajar los ojos porque en verdad te sientes un miserable traidor a ti mismo. Aparte de que cuando alguien expresa un desprecio que no tiene más sentido que el sinsentido, no desmerece el objeto de su odio, sino a sí mismo.