POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

CON EL VIENTO EN CONTRA


Echándole un vistazo a la Historia, no podemos negar que la violencia ha sido compañera del hombre desde sus primeros pasos por el planeta; y por más que inventamos la cultura para hacer más agradable nuestra existencia, no hemos conseguido erradicar la crueldad y la fuerza. Como si ciertamente estuviéramos condenados a perpetuidad a añorar un paraíso perdido, de cuya realidad no nos queda más que su pérdida. Y con el progreso no hemos ido mucho más allá de la sofisticación: cierto que los cavernícolas se abrían las cabezas con palos y piedras, mientras que ahora bastaría pulsar un botón para poner el punto final..., pero el dolor por la muerte no natural sigue siendo idéntico de devastador y de absurdo. Después de toda una evolución de millones de años, no somos muy diferentes a los primeros humanos, por mucho que hayamos lanzado sondas a Marte o a los mismísimos meteoritos.

Hay violencia en los horarios, en la distribución de roles, en el lenguaje y en el mismo discurso o mensaje. Violencia en las calles, en la TV y en los periódicos, en las ideologías y en la defensa de unas ideas. Como la hay en las aulas, en los templos, en las casas, en las camas. Violencia verbal que desquicia o violencia física que directamente te mata. Demasiada violencia, que ruge con un aullido que nos asusta, al que es difícil ignorar y del que sólo podemos escapar si dejamos de luchar contra viento y marea. Después de todo, es preferible caminar como quien pasea, relajados y dejando a los sentidos gozar, que vivir parapetados tras trincheras imaginarias en batallas innecesarias. Puede que la guerra nos rodee, pero también dos no pelean si uno no quiere, y después de todo no habremos de enfrentarnos a ningún consejo de guerra si escapamos de esta.

Somos seres contradictorios inmersos en una sociedad de contrastes que potencian el desequilibrio y el malestar, y aún así no escatimamos esfuerzos por mantener una coherencia en nuestro acontecer diario y porque la lógica se instale en nuestras conductas. Parece como si en la sociedad actual se hubiera generalizado la idea de que la vida es una lucha, en la que nos movemos entre la exigencia de la superación y el miedo al fracaso; con lo cual no es extraño que con excesiva frecuencia naufraguen las personalidades más débiles. Es verdad que hay que pelear sin tregua ni concesiones contra demasiados elementos adversos, y más en los malos tiempos; que el desasosiego se ve espoleado por prisas a ninguna parte y temores no se sabe a qué; y que la bella teoría se estrella contra la dura realidad. Sin embargo, en ocasiones llegamos a atisbar que no todo ha de ser así, que hay maneras más cómodas de vivir, sin tener por qué avanzar con el viento en contra: igual no lo encontramos a favor, pero sí podemos quedar a salvo de  su pesadez e incomodidad.