POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA VIDA EN GRIS


Dicen que dicen, y una no sale de su asombro. Resulta que quien gobierna España no reconoce una visión negra de ella, cuando más del 27% de los españoles vive en riesgo de pobreza y exclusión social; y eso porque, al hablar en términos estadísticos, las medias aritméticas a veces suavizan, pues tal porcentaje sube hasta el 39% si nos quedamos en Andalucía. Lo que implica la friolera de casi trece millones de españoles a quienes la crisis ha golpeado sin piedad, azuzada por un salvaje neoliberalismo que ha enterrado las políticas sociales orientadas a acabar con las desigualdades. Que no reconoce ni acepta ese análisis en blanco y negro, dice nuestro Presidente de Gobierno, y es para echarse a llorar...  o a reír, porque no queda otra. Desde luego que para algunos, muchos, demasiados, no hay color, porque de colores se ha inundado su vida a base de robar sin tener que responder y, muy importante, sin tener que devolver. Muchos se han acordado de los primeros y durísimos años de posguerra en nuestro país, y es que el hambre no perdona, sea o no considerado a la hora de reflexionar acerca del resurgir económico. Basta pensar que cada día hay más niños con necesidades; que muchísimas familias ahora es cuando peor se encuentran, porque ya no basta con tan poco para tantos; que para nada se ha puesto solución al problema de los desahucios, que crecen sin parar originando auténticas tragedias en las que pocos piensan cuando pasa el único día en que son noticias en los medios; y si esto es una visión catastrofista, el problema no está en quien denuncia, sino en quien provoca, permite y tolera sin mayores complicaciones, y sin ni siquiera un amago de tratar de resolver tantos problemas con víctimas anónimas pero reales.

Entiendo que para estos delincuentes de guante blanco, los mismos que se han hecho con un capital y un patrimonio a base de empobrecer a la sociedad en su conjunto, la tristeza esté de más, y no quieran que les cuenten dramas que vive la gente a diario. Pero oscuridad es lo que respiran muchos, que es tanto como decir desesperanza, soledad, impotencia, desengaño, y muchas veces, por desgracia, ninguna gana de seguir viviendo. Así, no es difícil entender que otro índice que se ha disparado en estos tiempos, que para algunos están llenos de color y luz sin sombras, es el de los suicidios de quienes, no sabiendo qué hacer, deciden no tener que hacer nada. Me parece muy fuerte, excesivamente doloroso, porque además es una situación social a la que nunca hubiéramos tenido que llegar: no ha habido ninguna guerra, ni un desastre natural que haya destruido nuestra economía; no hace ni una década se podía hablar de una clase media generalizada, sin llegar siquiera a imaginar que tantas personas pasarían hambre a estas alturas. Frente a este neoliberalismo, que ignora que en la Constitución se define a España como un Estado democrático, social y de Derecho, conmueve, al menos a mí, ver a personas que dedican parte de su vida a mejorar la de los más desfavorecidos, sean voluntarios o profesionales; que lo hacen por libre o integrados en asociaciones y grupos sin ánimo de lucro que llevan, ellos sí, un poco de luz y color a quienes viven una existencia si no negra, en gris. Siempre hay alguien, aunque abunde menos de lo deseable, que te reconcilia con la humanidad y consigue que puedas seguir confiando en que, a pesar de tanto malo, hay mucha gente buena.