POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DE NIEVE Y SOL


Tienen las mañana de domingo una perezosa alegría que, a poco que brille el sol y no sople en exceso el viento, te hace sentir bien. Erraron al presagiar un caluroso invierno, porque hace frío; no más del que estamos acostumbrados, pero auténtico frío, de ese que mantiene nevadas las cumbres de las montañas más altas a pesar de los soleados días. Si me imagino en un arco de herradura, desde aquí donde escribo las montañas son un hermoso perfil que lo dibuja, desde la sierra de Castril, pasando por las de Huéscar y Cúllar, María, las Estancias, Filabres y la redondeada silueta de las alturas de la sierra de Baza. Qué bonitas las vistas cuando el aire está limpio y ves cada pliegue de la ladera, la sombra de las escasas arboledas allí en las alturas, las aisladas nubes dejándose llevar remolonas antes de difuminarse en la nada...

Hay tanta belleza en nuestros paisajes, que estoy deseando tener algún día de descanso para detenerme en tantos increíbles lugares que igual recorro cotidianamente, pero sin adentrarme en ellos de verdad. Si sólo como entorno de nuestros viajes nos proporcionan tanto placer -a una y otra orilla, enfrente, arriba, lo que vas dejando atrás-, ir a su encuentro y no de paso es, simplemente, excitante. Así que por esta vez nada de irme lejos: me reservo mis horas libres para captar con los sentidos e in situ los colores invernales de la altiplanicie granadina. Por dejarse llevar sin demasiados planes, recorrer el paisaje estepario entre Cúllar y Huéscar, atravesando el enclave troglodita de El Margen, para no bifurcarnos en el cruce de Orce y Galera por ahora, admirando esa imponente Sagra oscence, que conforme te acercas a Huéscar se va escondiendo a los ojos, tal vez por no rivalizar con la pétrea presencia de las montañas que desde Castril van dibujando el horizonte hasta llegar a ella. Sagra, sagrada y mágica, mirando al Mulhacén y al Veleta de frente, más allá de la bastetana Santa Bárbara, coronadas sus crestas de nieve y sol.

Las doradas palmas al borde del camino, los cañaverales, las afiladas alamedas como pinceladas del gris de sus troncos sobre un privilegiado paisaje de pino y abeto, de esparto y yeso, de cipreses y árboles frutales que pronto pintarán de blanco y rosa los bordes del camino; preciosas perspectivas de pinos y cipreses enmarcando la carretera. Por completar una jornada que se me antoja de ensueño, no sería mala idea acercarse, después de disfrutar de nuestra excelente gastronomía tradicional, hasta el ecomuseo de Castilléjar, dedicado a la cultura del esparto, y no volver para Baza sin antes ir a visitar el museo de vidrio de Castril. Al regresar a casa te llevas seguro los ojos llenitos de luz y color, de montaña y tierra, de nubes y cielos que ya por si solos son un auténtico espectáculo, y, si no es demasiado pedir, te guardas el olor al tacto del romero y el tomillo, el aroma del invierno de lluvias y barro en los charcos... Ya les digo, estoy impaciente por saborear la belleza sin par de nuestra tierra, así que ya les contaré y compartiré otras posibles rutas sensitivas con todos ustedes.