POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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PALABRAS MAYORES


Una vez se sale de casa, el trabajo es el primer lugar en que se ejercen derechos, y por ello es asimismo el primer escenario en el que las mujeres sufren una injusta desigualdad que dice muy poco bueno de los hombres. La discriminación laboral, ese menor salario por el mismo empleo en función del género, es ya de por sí suficiente para mantener un día internacional de la mujer trabajadora; y las perspectivas de futuro no son muy halagüeñas que digamos, si tenemos en cuenta que el mismo Parlamento Europeo data en el 2084 -dentro de 7 décadas de nada- la igualdad salarial por sexos. Si eso es todo lo que pueden hacer los políticos actuales, a la calle y que entre gente preparada que consiga la justicia social a base de leyes igualitarias y de aplicar las ya existentes contra esta vergonzosa discriminación de la mujer. No se tardan setenta años en legislar, por muy despacio que vayan las cosas de palacio, y si se toman ese tiempo, también podríamos las mujeres empezar por trabajar en proporción al sueldo: me pagan menos, trabajo menos; y no caracterizarnos encima por ser mucho más eficaces y efectivas, con el añadido de que al regresar a casa, también es cosa nuestra; y si hay descendencia, ya se sabe quién cría y educa a unos hijos. Que hay excepciones, seguro, pero son tan escasas que se quedan en testimoniales sin más, puras confirmaciones de la regla. Y cuando ésta ya no vale, hay que cambiarla sí o sí.

Las leyes son creaciones humanas, no dictatoriales mandamientos que nos obliguen a plegarnos a sus exigencias. Suelen ser reflejo de la sociedad en cada momento, aunque a veces han de elaborarse para que vayan abriendo el camino deseable en función de los nuevos tiempos, con sus nuevos valores y realidades. Pero es que en ocasiones, son pura exigencia, y no caben retardos o cobardías a la hora de darles forma. No se puede permitir que se trate a la mujer como ser inferior, y por ende con menos derechos, al hombre. Porque no lo es, y quienes mejor lo saben son los hombres. Y por eso mismo éstos son los primeros que tendrían que luchar por la igualdad, y no dejarnos solas y encima calificarnos con un feministas que suena a insulto. No es de recibo que la mujer, y sus hijos muchas veces, sigan muriendo a manos de quienes se llaman hombres sin serlo; que en las universidades brillen muy por encima de sus colegas, y después tengan vedado el acceso a los puestos directivos y de responsabilidad frente al privilegiado ascenso de hombres mediocres que están ahí sólo por serlo, no porque valgan más. Y mucho más condenable es que el club de los privilegiados haga todo lo posible para que nada cambie. Lo peor es tener que seguir reivindicándonos en una sociedad en que los hombres se hacen los sordos, y además tienen la desfachatez de llamarnos gritonas y quejarse cuando subimos la voz para que de una vez nos escuchen. Porque oírnos, seguro que nos oyen, pero escuchar y darse por enterados y luchar con nosotras por lo que nos corresponde, eso ya son palabras mayores, parece ser.