POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL TIEMPO VUELA


En las dos primeras décadas de existencia, cuando nos estamos formando a nivel físico y cerebral, nuestra percepción temporal nada tiene que ver con la que vamos adquiriendo a posteriori, conforme nos adentramos en la lógica certeza de que por delante nos queda menos vida que la ya vivida. Y el tiempo vuela, aunque en las primeras edades pueda llegar a hacérsenos eterno. Va tan deprisa que da vértigo, y saber que avanzamos hacia la misma nada de la que procedemos no ayuda, precisamente, a saber ralentizarlo, al menos la porción que nos pertenece. Nuestro tiempo personal tiene una fecha de inicio y otra que marca su final, pues somos seres finitos inmersos en la infinidad. Y comprender lo básico en su justa medida es tarea de años, por lo que puede ocurrir que cuando se hace la luz ante los ojos del pensamiento no es ya que sea tarde para recuperar el tiempo perdido, sino que se nos hace evidente la imposibilidad de tal recuperación. La vida es sólo lo que se vive, como si nos moviéramos en un elemental sistema binario de encendido o apagado en el que cada vivencia real implica otra que no llega a serlo, con lo que ello puede acarrear de frustración e impotencia.

No es ninguna tontería cuando reflexionamos acerca de una vida ancha, amén de larga; al menos como imagen magnífica para señalar la posibilidad de llenar de tal manera nuestro tiempo, que importará mucho menos su duración total. Sin embargo, en esto, como en todo, me pregunto si vamos mucho más allá de la teoría, nosotros que no dudamos en convertir las meras suposiciones en auténticos axiomas, sin titubear a la hora de discutir lo ya demostrado; que a veces parece que los humanos seamos expertos a la hora de confundir lo comprobable con la pura especulación. Cierto que cada maestrillo tiene su librillo para elaborar su percepción, para realizar las tareas, para encarar el mundo y sus vicisitudes; y que de nada sirven consejos, recomendaciones o advertencias, en tanto cada quien no vea la evidencia que todos le pueden estar señalando.

En la cultura y en la tradición, aparte de lastres que se arrastran milenio a milenio hasta que su decadencia obliga a desmontarlos, se encierran los secretos más valiosos que van pasando de generación en generación para ayudarnos como especie. Aunque si quieres arroz Catalina, que ya se sabe que de los consejos nos solemos acordar ante las negativas consecuencias de no escucharlos. Así, nada tiene de raro que empleemos parte de nuestro tiempo en querer recuperar el que dejamos pasar cuando tendríamos que haberlo vivido; con lo que ello lleva implícito de doble pérdida: ni vivimos entonces, ni vivimos ahora. Pero el tiempo, inexorable, vuela, ajeno a nuestra actuación y a la parte que de él nos tocó a cada cual. Y en esto no hay, por desgracia, posibilidad ninguna de pedir tiempo muerto, así que todo cuenta.