POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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FLORES Y ALCOHOL


Cualquier motivo es válido si se trata de celebrar la alegría, y más cuando aún no reina la bonanza económica deseada por todos y anunciada y bienvenida sólo por quienes no recaen en la realidad general, repanchigados en su mundo particular en el que nunca soplan vientos desfavorables. Cruz de mayo, fiesta de flores y alcohol, en la que la mezcla de lo pagano y lo religioso de su origen no ha dejado de impregnarla. No me imagino muy distinta la jarana de unos días de celebración en honor de la diosa Flora y del dios Baco, por irnos unos muchos siglos atrás, cuando de las Cruces no había noticias. En su festividad, el clima, además, ayuda, porque hay épocas, como la Semana Santa, proclives a la lluvia y el tiempo desapacible; pero los primeros días de mayo suelen ser garantía de sol y sofocante calor, que a ritmo de estridentes músicas nos lleva de rincón en rincón. Engalanadas calles, plazas y patios a base de cruces con claveles, mantillas, cerámica, cobre, geranios por doquier -¿quién puede imaginar una primavera sin geranios?-, ... y la tijera clavada en una manzana golden -pero en nuestra tierra-, por aquello de recordar que nada de críticas o peros.

Ir de cruz en cruz, que es como ir de barra en barra, aunque esta le reste protagonismo a aquella; a veces tanto que se opta, como en la capital, por prescindir de ella. Pero el baile y el cante junto a la Cruz es un elemento importante, por lo que al final seguirán mandando las tradiciones más allá de las normativas municipales. Me gusta de estos días que son una oportunidad para recorrer nuestra ciudad de cabo a rabo, con la gente en las calles, cada quien anfitrión de su engalanado espacio, en el que suele haber sitio para la recreación de un rinconcito doméstico: unas sillas junto a una mesa con sus enaguas, utensilios de cocina, cantareras, mucho lebrillo... Parece como que estás de visita en alguna casa, o en su patio, aun cuando estés en la calle o en una plaza. Y no suele faltar una guitarra, junto a otros instrumentos de cuerda, como recordándonos que aquí sí se admite el cante. Y ciertamente este es un aliado más de esta celebración popular, en la que disfrutan por igual pequeños y adultos. No hay más que mirar los ojos de asombro de los niños y niñas que después de recorrer alguna calle en silencio, dan la vuelta a la esquina y se encuentran con otra fiesta, comprobando aliviados que no toca aún regresar a casa. Y para quien no tenga ganas de celebración callejera, siempre le quedará la playa o la montaña, que para eso tenemos una provincia privilegiada de lo más variada: al alcance de la mano olas, espuma y sal, nieve, cielos despejados para preciosas lluvias de estrellas... y todas las fiestas populares que trae consigo la primavera, en las que nunca faltarán flores ni dejará de correr el  alcohol.