POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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COMO AGUA DE MAYO


No sé cómo lo hacemos, pero a veces parece que estuviéramos instalados en la queja perpetua. Nos molesta el frío tanto como el calor; la lluvia, como la sequía; la oscuridad, como la luz; y así, hasta casi el infinito, que ya sé que es mucho abarcar, pero ya puestos... Tiene la queja el run run de los lamentos que no conducen más que al simple desahogo, que pensándolo bien es bastante, aunque claramente insuficiente. Quejarse y no hacer nada para evitar el influjo de lo que nos molesta, es tan inútil como llevarse un paraguas a la calle cuando en el cielo no hay rastros de nubes que vayan a descargar sobre nuestras cabezas. Lo más que se puede lograr con actitud tan pasiva es ser triste y cansino, algo que lamentablemente se da con excesiva frecuencia en esta sociedad nuestra de cada día, en la que se habla mucho y se actúa poco.

Es verdad que con respecto a muchas cosas de esa cotidianidad, poco o nada podemos hacer; a no ser sufrirlas si no nos gustan, o autoconvencernos de que en realidad no están tan mal. Como cuando en la facultad teníamos algún profesor insoportable y no nos quedaba otra que empezar a mirarlo con ojos exentos de rechazo si queríamos superar su asignatura. Sin embargo, hay aspectos de nuestra vida diaria que sí nos es permitido cambiar si realmente nos lo proponemos; que esa es otra: cuántas veces nos quejamos de no poder, cuando no es más que un no querer. Pero si en verdad decidimos desterrar de nuestra existencia algo que nos molesta, está claro que sólo cabe una actitud tendente al cambio, a la renovación, a quitar lo que no nos sirve para sustituirlo por lo que nos gusta: una conducta en la que moverse en un mar de posibilidades en el que sólo sobra la inacción. O se hace algo, o al menos deja uno las quejas para el ámbito más privado; que penas y problemas tenemos todos, y no son las mejores cartas de presentación para las relaciones sociales.

A estas alturas de edad hace tiempo que aprendí que, cuando el objeto de nuestros deseos escapa a nuestra sola influencia, querer no es ni mucho menos poder, por lo que nuestros esfuerzos serán estériles de empecinarnos en lograrlo. Mucho más práctico y eficaz será centrarnos en lo que en verdad esté en nuestras manos modificar para que nos proporcione más bienestar que lo contrario. Seguro que así, enfrascados en la apasionante tarea de todo cambio, no caben lamentaciones que valgan, y estas se quedan para siempre en un muro al que acercarse si así se desea, pero sin convertirlo en un obstáculo infranqueable que nos impida seguir avanzando como personas que luchan y consiguen erradicar de sus vidas lo feo -que en ocasiones es mucho y, a la vez, prescindible-. Necesitamos de la lluvia tanto como del sol que nos ilumina; por eso, a pesar de que nunca llueve a gusto de todos, lo mejor es recibirla como agua de mayo, más allá de sus inconvenientes prácticos, y con independencia de la estación del año en la que estemos.