POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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PROMESAS


Por apasionante que esté el patio, les prometí no escribir directamente de política en tanto no se acabe este largo periodo electoral, y me gusta cumplir las promesas; actitud que, ahora que lo pienso, todos desearíamos hallar entre gobernantes y aspirantes a serlo. Cualquier cumplimiento implica sinceridad y una direccionalidad en la conducta que nos conduzca a la realización de lo prometido. Al igual que todo quebrantamiento de compromisos lleva aparejado engaño y el consecuente desengaño. Cada quien es un mundo, y no hay, seguramente, dos personas iguales; pero nuestras pautas de conducta nos asemejan de tal manera en ocasiones, que las diferencias pueden llegar a desdibujarse como esas nubes en el cielo, que ahora están, pero después no queda rastro de ellas. No somos iguales ni actuamos del mismo modo como individualidades que como integrantes de las masas; y tal vez habría que reflexionar sobre la autenticidad del sujeto que muta al mezclarse con los otros. Los demás nunca pueden ser una excusa para nuestros pecados de omisión o de olvido. Aunque silbes y mires a otro lado, las fronteras ajenas no te eximen de tener en cuenta las tuyas propias, personales e indudables en su existencia. Y cuanto menos exigente se sea con uno mismo y con las distintas formas de hacer o de no hacer, con más afán se abrazará el credo común. Sin embargo, lo general no tiene por qué borrar lo particular, aunque lo contenga.

Hay incumplimientos, por desgracia estamos hartos de comprobarlo, de promesas sociales; pero estas no son, ni mucho menos, las más importantes. Cuando te fallan a nivel personal, seguramente te provocan un dolor más directo y certero; es ahí donde las fronteras externas no sirven para aminorar los devastadores efectos de los desafectos. Pocas cosas hay más desconcertantes que quien está por ti, se te vuelva hostil sin que tú hayas provocado tan inexplicable aversión. Cuando los demás no están a la altura que eligieron como punto de partida, su imagen y esencia se te derrumban sin poderlo evitar; y más todavía cuando no muestran ni el respeto ni la responsabilidad para dar explicaciones. Aunque la falta de estas ya es en sí misma una respuesta; apoyada en un silencio que a veces es más cobardía que prudencia, pero respuesta al fin. Y, sin embargo, nada puedo imaginar más pusilánime que fallarse a sí mismo, que incumplir las promesas personales; con frecuencia sólo por sentirse integrado en el grupo; más o menos amplio, más o menos cercano. Es tan absurdo como traicionarte antes que no hacer lo que esperan de ti. La vida es un continuo juego de acciones, inacciones y espacios que menguan o crecen hasta hacerse gigantes. Y elegir que nuestros contornos desparezcan, sacrificándolos por la imagen común, es claudicar en vida y optar por la satisfacción de los demás antes que por el propio bienestar. Si eres un elemento neutro en una estructura social, todo irá bien; pero una vez que renuncies a tu forma de ser y a tu personalidad, !qué difícil será, cuando no imposible, recuperar lo que te pertenece, que no eres sino tú!