POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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VERANO


Llega el verano, y con él las vacaciones, y por suerte para quienes carezcan de ellas, éstas son no sólo un estado, sino también una actitud. Tiempo de ocio y recreo, y, por lo general, de viajes más allá de los límites físicos de la cotidianidad. Incluso sin vacaciones, el verano impone su ritmo y su dinámica, en invencible alianza con las características físicas propias de la estación anual: días larguísimos y noches efervescentes como la espuma de las olas. Todo verano debiera incluir el mar, no sé si coincidirán conmigo, y largas tardes de sestear a la sombra con un fondo sonoro de juegos infantiles, inquietos como rabos de lagartijas. Los meses estivales no serían lo mismo sin playas y niños; sin algarabía de pájaros, vuelos de golondrinas y vencejos, y largos paseos que no conducen a obligaciones, sino a puras devociones; sin días de sol y noches de ruidos y música, de luces y destellos, de una Vía Láctea de escandalosa belleza...

Aunque si caemos en la cuenta de las de cosas que dejamos para cuando lleguen las vacaciones, éstas al final tienen más de atareadas que de holganza pura y dura, eso que los italianos llaman el dolce far niente, tan apetecible como inalcanzable. En teoría estamos en la época con menos cosas que hacer y más tiempo libre; pero la realidad suele ser otra, con todo un inventario de actividades por realizar y con una libertad que, como casi siempre, finalmente se queda en una bonita palabra vacía de contenido. De cualquier modo, todo lo que hacemos en vacaciones suele presentar una matiz de liviandad, quizá para aligerar la pesadez del bochorno, que del calor seguro que no nos libramos. Por cierto, tanto añorar el buen tiempo en los duros meses de invierno, cuando hace auténtico frío, y después renegamos de él sin problemas, enumerando las muchas ventajas de las bajas temperaturas. Los humanos, en cualquier temporada, tan complicados y, a la vez, tan predecibles y sencillos.

Así que al llegar el verano procuro ir tachando una tras otra esas cosas que al final tienes tiempo de hacer, conforme las hago; y olvidarme de todo aquello de lo que me es permitido. Si puedo, viajar se convierte en esencial; y me gusta combinar el calor y el mar, con el bosque y el fresquito. Pero si es imposible, ninguna época como el verano para soñar y escapar de la rutina a lomos de la imaginación, caballo desbocado. Hay que relajarse, salgamos fuera o nos quedemos en el mismo paisaje de cada día, porque ello implica renovar fuerzas y sentirse presto para seguir con el dictado inexorable de los quehaceres. Disfrutemos del verano y dejemos a un lado preocupaciones y agobios; que el cansancio desaparezca, aunque sea de fiesta en fiesta; no dudemos en descansar incluso de nosotros mismos, que tampoco nos vendrá mal. Vivamos con toda la intensidad que nos sea posible, que lo bueno siempre se acaba. De cualquier manera, conforme avanzo en la edad descubro que todas las estaciones me parecen hermosas y únicas, tal vez por algo tan simple como que son la vida vestida con diferentes trajes: todos inigualables, especiales y, sobre todo, vivos.

¡Feliz verano y hasta septiembre!