POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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TAMBORES DE GUERRA


Todo es relativo en esta vida, y cualquier hecho puntual puede ser abordado desde tantos puntos de vista, todos válidos para quien los tiene, que es muy difícil, por no decir casi imposible, saber dónde se encuentra realmente la verdad; si es que ésta es una, que tampoco sería descabellado pensar que fuera múltiple dada esa relatividad. Así, todo sur tiene su norte, y ninguno puede ser entendido sin el otro; aunque a veces parezca que se nos olvida cuando nos lanzamos a la yugular de los conceptos desde un determinismo implacable que hace de la unicidad un dios, cuando probablemente no llegue ni a ídolo de barro. En la flexibilidad está la clave para evitar la confrontación y la ruptura que a ésta suele suceder. Cuanto más absolutos, menos interactivos; y para qué querer tener la razón, si te quedas a solas con ella. Se puede imponer, pero es preferible y mucho más satisfactorio que te acepten porque te respetan, a que te sigan porque no les queda otra. Me parece a veces que nos pasamos los días abriendo fosas defensivas, sintiéndonos fortalezas en peligro, apuntalando distancias, desdibujando los pasos en el camino para no dejar rastro... Se diría que hemos hecho del enfrentamiento nuestra bandera, y de la guerra nuestra casa. Quizá por eso, si estamos bien lo vivimos como una simple tregua, como con miedo de que el bienestar pronto desaparezca. Si te acostumbras a la tormenta, el sol te ciega.

El odio nació de la mano del hombre, cainita desde la cuna, y si se dirige contra los tuyos, cómo evitarlo ante los extraños. Pero nadie nos preguntó si queremos ser guerreros en esta vida, que es mero tránsito entre la nada del origen y la nada del destino. Preferibles el cayado, la pluma, el pincel, la batuta o un simple bastón, que los artefactos de destrucción. Mucho mejor construir que destruir, y si hacemos esto último que sea como simple premisa para lo primero. Porque el odio genera miedo, y éste se convierte en un fardo demasiado pesado para caminar a buen ritmo. La vida es más cómoda y fácil cuando se respira entendimiento, solidaridad, benevolencia..., pero vivimos unos tiempos tan malos para la paz como para la lírica. No parece que nos sintamos especie, engalgados como estamos en singularidades y diferenciaciones, y cualquier motivo nos parece válido para pelear. En lugar de dejar que la muerte campe a sus anchas en este mundo, deberíamos acercar posturas enfrentadas y ponernos de acuerdo aunque sólo fuera en salvarlo de nuestras tropelías, porque es el único que tenemos y nos lo estamos cargando. No sé quién mueve los hilos hasta convertirnos en guerreros contra nosotros mismos, pero intuyo que el mejor modo de permitirlo es transformarnos en islas desiertas en la inmensidad del océano, en individualidades insensibles a las necesidades de la colectividad. Como tampoco sé cómo podríamos convertir en música para la vida el cansino redoble de los tambores de guerra.