POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

CON FLORES AL CEMENTERIO


Se inicia noviembre recordando a los difuntos, con visitas a los cementerios para dejar unas flores y alguna que otra oración. El culto a los muertos ha estado presente entre nosotros desde que tenemos memoria de especie, y en toda cultura y religión es esencial. Cómo no va a ser importante poder acercarte hasta donde reposan los restos de tus seres queridos ya desaparecidos, y tener un momento para detener el tiempo y retornarlos a la vida con nuestra evocación... Para ello no hay que ir necesariamente a necrópolis alguna, pero es allí donde está lo único que queda de los nuestros. Por eso se me hace tan duro saber que hay miles de familias a quienes se les niega ese derecho, a no ser que se acerquen por una de las muchísimas fosas desperdigadas por toda España con víctimas de nuestra guerra fratricida. Y lo que más me duele no es que la Ley de la Memoria Histórica sea la gran ignorada y olvidada en su aplicación desde el mismo instante de su entrada en vigor; no, a mí lo que me llega al alma es que un país necesite una ley para que los muertos puedan descansar en paz y sus familiares dejar de vivir la pesadilla de que no se haga todo lo posible por conseguirlo.

No me alcanza el entendimiento para comprender por qué las víctimas de la guerra civil española están doblemente condenadas: a morir en la más absurda de las guerras, por un lado - que si matarse es antinatural, entre hermanos no digamos-; y a no poder ser exhumadas y debidamente enterradas, por el otro. Pero si el primer aspecto es inevitable, el segundo no tiene por qué ser irremediable, precisamente porque tiene fácil remedio. Costoso también, pero el dinero hay que gastarlo preferentemente en reparar heridas, más que en cebar ambiciones desmedidas de tanto ladrón como hay suelto. No sé a qué se puede tener miedo a estas alturas de la Historia, pero sé que a veces es fácil sentir vergüenza ajena: al saber, por ejemplo, que el poeta español más universal, nuestro querido Federico, aún está donde tan vilmente le asesinaron, y no donde se merece y fuera posible acudir con sólo desearlo. Fosas comunes, zanjas, cunetas..., palabras que no casan con el respeto a los muertos; porque, aunque triste, mejor ir con flores al cementerio, que no tener dónde depositarlas.