POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

LOS MEJORES


En el panorama actual de enfrentamiento de egos, vanidades y mentiras, hay una pasmosa facilidad para inventar desde una intención a un líder, pasando por una interpretación que, de tan falsa, es válida para cualquiera. Nunca dejará de sorprenderme la capacidad de algunos para creerse tanta mentira, aunque sospecho que hay quienes han hecho de ella su bastón de apoyo y ya no quieren otra cosa. No sé qué puede llevar a un país a educar a los suyos en la creencia de ser los mejores, pero es algo que ocurre casi invariablemente: por aquí, por allí y allende los mares, con excesiva frecuencia escucharemos hablar de la superioridad de unos, de otros y de los de en medio también. No es difícil llamarse superiores, por decir que no quede; aunque la realidad hará su labor de poner a cada quien en su lugar, y con los tiempos convulsos que nos está tocando vivir, lo hará asimismo a una velocidad de vértigo. Del cielo a ras de tierra, como pasar de la noche al día: es lo que tiene asimilar lo que hay, cuando ya no puede mantenerse por más tiempo en pie lo que es puro ideal y no va más allá de la fantasía.

Me parece vergonzoso que, ante las dificultades, los que tienen más no ayuden, sino que aprovechen para incrementar sus ganancias. Como me lo parece que una vez con los bolsillos llenos, a costa de muchos estómagos vacíos, exijan además un trato de favor, alegando esa presunta superioridad. Hay quien porque tiene se queja de verse obligado a ser motor de quien no tiene, y olvida con facilidad que al mundo se viene desnudo y sin nada que no sea la propia vida. La fortuna se portará mejor o peor con unos y otros, aunque visto lo visto, preferible llegar en este mundo a un hogar de gente honrada, antes que a una familia acomodada gracias a robar a los demás. La desigualdad crea abismos insalvables de injusticia, a la vez que es germen de odio y violencia; pero es el vehículo que utilizan los indeseables para seguir medrando a costa de la dignidad de los desvalidos. Que encima se crean que son los mejores, es para llorar, aunque es preferible mantenerse en guardia y no dejarse engañar: no es mejor el que más posee, sino el que comparte con los demás lo poco que tiene. Esto, aquí en España, en esta cruel crisis económica, hemos podido comprobarlo una y otra vez a lo largo de tantos años como ya dura: los primeros en ayudar han sido los más necesitados, mientras otros se tornaron pescadores para obtener ganancias en ríos revueltos. Muy distintas posturas y actitudes, que cada quien las verá a su manera, pero que a mí no me hacen dudar ni por un segundo de en quiénes reside la verdadera grandeza.