POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL QUE PARTE Y REPARTE


Ando con mal cuerpo por las muertes con violencia ocurridas en Baza hace apenas unas horas, supongo que como todos ustedes; porque por más que seamos bombardeados continuamente con los desagradables datos que día tras día nutren periódicos y noticiarios, una nunca deja de sobrecogerse cuando la tragedia es tan cercana como en esta ocasión. Por eso no me gusta demasiado una ciencia como la Estadística, siempre tan pretendidamente objetiva, a la par que sistemáticamente dirigida, a base de manejar números, deciles, centiles y percentiles; olvidándose de las múltiples y singulares historias personales que jamás  cabrán en un simple porcentaje. Parece que los dramas son mucho más intensos y desalentadores cuando respiras el mismo aire que las víctimas de cualquier mal mundano; y ello resalta la inestimable importancia de un profundo análisis de cualquier tipo de datos, más allá de ellos mismos. De nada sirve conocer cifras, si junto a ellas no hay una reflexión y una propuesta de solución. Pero una vez más lo elemental se ignora, siempre en pos de inútiles quimeras.

Hace mucho que no se escucha a los expertos; sean científicos, filósofos o genios que aparecen para iluminar a la humanidad como estrellas fugaces. No se atienden sus avisos y advertencias; se desoyen sus propuestas de aplicación urgentemente necesaria. Y, lo que es aún peor, a cambio no se hace nada; pues no hablamos de un juego de alternativas que se vayan probando subsidiariamente para comprobar su eficacia, sino simplemente de una dejadez y una inacción insostenibles si queremos que la sociedad avance en el sentido adecuado para hacer desgraciados a cuantos menos, mejor. Si a ello añadimos que en nuestra cultura occidental actual la voz de los mayores no es tenida en cuenta, como no sea a la hora de contar con sus votos, la realidad es que los humanos nos sentimos desorientados y sin saber hacia dónde camina el grupo humano del que formamos parte, que no implica necesariamente que nos sintamos integrados en él.

Crece la angustia de muchos, perdidos en un mundo desfavorable en donde el perdedor nunca es bien recibido; ni el que tiene éxito, sinceramente alabado. A quienes tienen el viento a favor, les importa muy poco los que se quejan de tenerlo de frente; y los que sólo tienen que elegir entre las ventajosas ofertas de una prometedora existencia, ni se preocupan por los gravísimos problemas que provocan las carencias y los zarpazos de la mala vida. Casi nadie escucha al que no tiene con quién hablar, ni dedica algo de su tiempo a quien lo necesita, ni se pone aunque sea por un segundo en la piel del otro; parece como si la idea de una humanidad feliz fuera un imposible al servicio de la opulencia de unos pocos, que son los que realmente cortan el bacalao... y ya se sabe que el que parte y reparte se lleva la mejor parte. No sé cómo la vida ha llegado a convertirse en un laberinto, cuando no una trampa mortal, para millones de personas; pero creo que para solucionar las lacras de esta sociedad, hay que escuchar a quienes no dejan de avisarnos sobre los graves riesgos que supone seguir sin rumbo fijo, extraviados y olvidados antes de que llegue el mismo olvido.