POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ENERGÍA FAVORABLE


Dicen los que entienden, y yo confío plenamente en los entendidos, que la tristeza te roba años y que el estrés te come el alma; y lo peor no creo que sean las penas en sí mismas, sino ese inadvertido instalarse en la nostalgia y la melancolía como telón de fondo; como un hilo musical que va creando un ambiente envolvente en el que la melodía marca el ritmo sin pausas ni interrupciones. Si pensamos en este mundo, casi todo él está compuesto por agua, pero la parte de tierra habitable es inmensa y no nos bastará la vida para conocerla por completo. Pues algo así imagino en cuanto a proporciones entre lo negativo, y todos los posibles motivos para la alegría: por muchísimas causas que haya para el dolor, y son tantas que se nos pueden hacer verdaderamente insoportables, hay, sin embargo, un montón más para la verdadera felicidad; esa que no aspira a alturas imponentes, porque se conforma con las pequeñas cosas a nuestro alcance; que, igualmente, son tantas, que nunca las abarcaremos totalmente.

Con los pies en la tierra, no hemos de sentir miedo ante la posibilidad de ahogarnos en los enormes océanos, sino caminar, avanzar y llegar a comprender que aún bien asentados en el suelo, no por ello vamos a dejar de aspirar a seguir contemplando las estrellas, o a perder la conciencia de que, aunque minúsculos, somos parte del Universo. Y éste es fuente inagotable de preguntas que sólo los sabios y el paso del tiempo pueden medianamente responder; de los permanentes enigmas aún sin descifrar que han acompañado al hombre como ser vivo y pensante desde el mismo instante de su nacimiento: empezando por cómo, cuándo y dónde surgimos como especie en este planeta, al que inocentemente creemos dominar.

Que no sólo nos entristezca conocer, por ejemplo, los graves problemas de toda clase que sufre la infancia; porque seamos capaces de contraponer el desinteresado esfuerzo de tantas personas por hacer más agradable la vida de los niños y niñas necesitados repartidos por todo el mundo. Que si nos duele la guerra, no olvidemos que hay quienes llevan a ella la paz: con escuelas, con hospitales, con centros de acogida y asistencia. Que si hay criminales desalmados, también son muchos los hombres y mujeres generosos que se dejan la salud y hasta la vida por evitar o aligerar el sufrimiento humano. Siempre es preferible mirar lo bueno de la vida, que quedar paralizados por lo que no lo es en absoluto; tener la fortaleza necesaria y precisa para que aunque nos duela, nada nos deje malheridos. Porque no sirve de mucho el lamentarse, el quejarse, el maldecir; aunque al hacerlo se lleve la razón. Es, sin dudarlo un segundo, más eficaz permitir que la negatividad se asiente en el interior - imposible evitarla si se tiene una mínima sensibilidad-, y que la energía que nos mueve y que encauzamos en el sentido que marca cada uno de nuestros momentos vitales, sea positiva y favorable. Como si tuviéramos un vaso de agua sucia y la porquería sedimentara en el fondo, dejando el líquido mucho menos turbio y con mayor calidad. En nuestras manos está saber transformar lo feo en poso, y hacer frente a la vida con una actitud optimista y limpia.