POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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TURBULENCIAS POLÍTICAS


Empezamos el año con turbulencias políticas. Queramos o no, Cataluña va a ser un factor decisivo a la hora de plantearse cómo gobernar a nivel nacional tras los resultados electorales del 20D. Si hace apenas unas horas se presagiaban nuevas elecciones catalanas y españolas, las primeras se han esfumado al entenderse quienes buscan una secesión, apoyándose en un porcentaje menor de quienes prefieren la permanencia en España. Y en cuanto a la posibilidad de repetir comicios para conformar el Gobierno central, ha perdido ciertamente muchos enteros. Es momento de altura política, pero no sólo para ser capaces de llegar a acuerdos rápidos, sino también para no olvidar que el pueblo acaba de hablar en las urnas, y no se puede defraudar el sentido de su voto.

Para mí que lo más importante es plantearse prioridades. Y tener claro que si la Constitución de 1978 dio paso a décadas de progreso, no puede retrasarse más su reforma, si no queremos próximos años de inmovilismo y confrontación. Nuestra Constitución es magnífica, pero ha quedado obsoleta en varios aspectos (todo su articulado referido a cómo constituirse las Comunidades Autónomas, por la vía lenta o por la rápida, como que sobra cuando ya se ha conformado el Estado autonómico, por ejemplo). La prohibición de la federación de Comunidades Autónomas es claramente un obstáculo para un deseable Estado Federal, en el que cabrían todas las sensibilidades nacionalistas sin implicar la fractura de la indisoluble unidad de nuestro país. Sería también deseable que tantos derechos ciudadanos no se queden en meros principios rectores, y acabar con artículos anticonstitucionales en la misma Carta Magna (sobre la sucesión en la Corona, mismamente), por seguir con los ejemplos.

Lo que no se puede hacer, o no se debe, es urgir a tomar decisiones creando y avivando miedos. Como tampoco es deseable que quien se ha pasado largos años sin acometer imprescindibles y reales cambios orgánicos en su partido, prefiriendo simples lavados de cara, se acuerde ahora de la urgencia de la renovación. Lo que realmente ha cambiado, y quien no lo vea se quedará atrás, es lo que el pueblo soberano en su conjunto ha dicho al votar: se apuesta por un diálogo; por un acordar, que no imponer ni repartir; por un huir ya del rodillo de las mayorías absolutas, que, con la perspectiva del tiempo, se ve que sólo ha propiciado corrupción en todas las formaciones políticas que han gobernado sustentadas en ellas. Y estamos ya muy hartos. No debe de ser tan difícil consensuar en tiempos en los que el desencuentro es a todas luces irresponsable. Porque no es momento de repartirse cargos, sillones, competencias y todo lo demás; sino más bien de arremangarse y ponerse a trabajar, que hay situaciones delicadas que se rebajarán o incrementarán en función de la actitud con la que se pretenda afrontarlas. Y como un tropezón en según qué temas, puede hacer que todos rodemos por el suelo, espero que los hombres y mujeres que se dedican a la Política tengan la grandeza de sacarnos de estas turbulencias, y no cometan el error de meternos en un fatal temporal que nos arrastre.