POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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POR AQUÍ Y POR ALLÁ


Escribo esto coincidiendo con el día en que los andaluces celebramos serlo, enarbolando el orgullo de nuestro pueblo; y si pienso en qué significa Andalucía, la primera nota que se me viene a la mente es su diversidad. Somos una tierra de evidentes contrastes físicos, que van de imponentes sierras, las más lluviosas de España entre ellas, al único desierto europeo, en Tabernas. Nuestras extensas costas son bañadas por el Océano Atlántico y por el Mar Mediterráneo, combinando playas bajas con impresionantes acantilados. Importantes ríos en ambas vertientes, marismas, las alturas más altas de la península, una quinta parte del territorio constituido por espacios naturales protegidos, etc., hacen de Andalucía una rica y variada realidad que cuenta con todos los ingredientes para ser una potencia económica, que a día de hoy, por desgracia, no es. Dejemos a un lado las causas, porque son muchas y de entrar más de lleno en ellas, seguramente se perdería el matiz festivo del domingo.

Exceptuando Almería, he tenido la suerte de vivir en todas las demás provincias andaluzas, con lo que me basta tirar de experiencia para desgranar diferencias, coincidencias, elementos privilegiados, y también negativos, que de todo hay por aquí y por allá. De Huelva me quedo con su naturaleza: playas de doradas arenas, marismas, dunas, campos de cítricos al sur y una Sierra de Aracena que esconde secretos tan bellos como la Gruta de las Maravillas. En contraste, una insoportable contaminación industrial, que vomita en ríos y mar los desechos sin esconderse lo más mínimo. De Sevilla, lo mejor, su capital: una de las ciudades más bellas de España, Europa y el mundo mundial. El Guadalquivir y sus puentes, hermanando Triana y Sevilla, con la calle Betis a una orilla y la Torre del Oro y la Maestranza en la otra. Su bellísimo centro reúne Giralda, Catedral, Reales Alcázares, el Patio de los Naranjos como entrada al Barrio de Santa Cruz; y si acabas en la Plaza de España, con ese romántico Parque de María Luisa, entenderás para siempre por qué Sevilla es una maravilla. Ponerle un pero me cuesta, si acaso sería el cambio de los sevillanos en su ciudad y fuera de ella: ganan muchísimo en sus lares. Ay, me subo en una barcaza y río abajo me llego a Sanlúcar de Barrameda, de lo mejorcito de Cádiz, aunque histórica y actualmente es más sevillana que gaditana. Unas palmas, que estamos en la tierra de la jarana: Cádiz es alegría, pescaíto, feria, playas pero también mar. Comparte con Málaga el ser auténticas ciudades jardín, y hay en sus parques y plazas unas arboledas que te llevan directamente a América. Es la malagueña nuestra provincia más internacional, bañada de pantanos, con sus montes, sus sierras y espectaculares playas. En sus pueblos, el blanco de la cal de las casas compite con el de la espuma de sus olas. Y por seguir en el oeste, Córdoba emerge con su hermosura de siglos, sin entender yo aún cómo ha logrado sobrevivir a los calores. Seguramente le ayudó a sobrellevarlos el Guadalquivir, nuestro río más grande, el mismo que nace en Jaén y no se detiene hasta alcanzar el mar en Sanlúcar. De Jaén resaltaría igualmente su salvaje naturaleza, cuajadita de olivos, y sus aguas y serranías. Vecina de nuestra Granada, y sin embargo tan distinta. Baza pertenece a una provincia que nada tiene que ver entre sí según estemos en el norte, con este altiplano que nos acerca al cielo, el sur y su clima subtropical, Sierra Nevada o sus Alpujarras. La capital es, sencillamente, un regalo de los dioses, y no hay nada más emocionante que Granada esplendorosa al amanecer, cuando apenas hay gente por sus calles y subes hasta los bosques de la Alhambra y te dejas envolver por su inigualable belleza. Si me sobra algo de Graná es su genuina mala follá, pero no por ello dejo de participar de ella... De aquí para allá, hasta llegar a Almería y sus playas, atravesando los mares de plástico que la rescataron de la pobreza. El Parque de Cabo de Gata es un paraíso al alcance de nuestra mano, con su geografía volcánica y paisajes de pitas y palmeras sin igual. Salinas, marismas, rutas de piratas, terrazas de secular agricultura y un mundo submarino increíble esperándonos.

Porque de esta variedad y riqueza geográfica nace un abanico de posibilidades de recreo difícil de igualar: en Andalucía se puede esquiar, nadar, bucear, practicar windsurfing, espeleología, alpinismo, senderismo, y un larguísimo etcétera. Y de la diversidad cultural, para qué hablar. Poco tenemos que ver unos con otros, pero todos somos andaluces, compartimos historia y una idiosincrasia con innegables elementos comunes, sin menospreciar las diferencias, que son garantía más que suficiente para escapar de la uniformidad y la homogeneidad. Hay que vivir y sentir un andalucismo nunca enemigo, siempre reconciliador; conjugando el orgullo de un acervo cultural sin igual, en el que brillan mujeres y hombres que destacaron y destacan universalmente en las artes y en las ciencias, así como en el pan nuestro de cada día, ese que nos hace levantarnos siempre dispuestos a seguir luchando porque Andalucía ocupe el lugar que se merece y le pertenece por méritos propios. Vivamos el privilegio de ser andaluces, sin sentirnos superiores al resto de los pueblos de España, pero tampoco, jamás, inferiores. Porque ni lo fuimos nunca, ni lo somos ahora; y porque, entre todos y todas podemos crecer y abandonar el atraso que aún persiste en muchos rincones de esta Andalucía nuestra.