POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CUENTOS DE PAN Y PIMIENTO


Va a cumplirse ya un trimestre desde la celebración de las elecciones generales del 20D, cuyos resultados evidenciaron el fin del bipartidismo, los cambios de turnos entre los mismos, y, muy especialmente, la necesidad de pactar entre los distintos partidos políticos para la conformación de Gobierno. Más allá de la diversidad de opiniones, es evidente que a estas alturas no sabemos si tendremos Gobierno; quién lo presidirá, en su caso; o si no queda otra que nuevos comicios, algo más de medio año después de la última convocatoria a urnas. Desde luego se trata de una situación nueva en la historia reciente de nuestro país en democracia, y no sé si los representantes políticos están dando la talla y preocupándose más por España que por sus grupos y siglas. Mucha prisa no parece que tengan, porque tres meses después estamos igual que antes, con la diferencia de que la inicial ilusión y el general interés van dando paso al hartazgo y a la indignación. No sé cómo lo habrán vivido ustedes hasta ahora, pero a pesar de lo que cada quien piense o sienta, creo que atravesamos un muy complicado tiempo, apasionante también: en él, las certezas de hoy son el olvido de mañana; y cuando crees que ya se ve la luz, sólo es para constatar que todo está en el momento de volver a empezar, como en esos cansinos falsos cuentos de pan y pimiento que nunca se acaban.

Tengo mis dudas sobre si los políticos, hombres y mujeres, están centrados en lo que significa pactar; pues de estarlo, profundizarían en la convergencia más que en las divergencias. Sin llegar, por supuesto, a aberraciones tales como el mestizaje ideológico, que es tanto como imaginar que se acabarían los choques entre dos confesiones religiosas con solo crear una tercera de fusión de creencias; algo tan absurdo como peregrino es pensar que pueda siquiera ocurrir en la realidad. Concibo que partidos políticos con objetivos antagónicos puedan colaborar y trabajar codo con codo cuando sea preciso, pero de ahí a imaginar una especie de ideología híbrida va un abismo. Y si con nuestros representantes políticos aún me cabe la duda, con respecto a los medios de comunicación tengo la certeza de que no están a la altura de las circunstancias. Limitándome, por ejemplo, a la prensa digital, no puedo negarle su  deseo de reivindicarse libre; basta ver cómo se definen los distintos medios digitales: progresista, independiente, de los lectores influyentes, de opinión e influencia, información libre e independiente..., y así hasta aburrir con la libertad y la independencia. Que sería lo suyo, pero que, visto lo visto, está muy lejos de ser verdad. Porque de serlo, la neutralidad, la objetividad y la no manipulación serían la realidad, y no el deseo. Desayunarse con los heterogéneos sondeos y encuestas en los que se le toma el pulso a la opinión pública, acompañados siempre por los resultados que interesan a cada medio en concreto, es la oportunidad de reafirmarnos en que ya hemos hablado con nuestro voto, y que de nada sirve, pues, tanto marear la perdiz con lo que queremos o no. Aparte, es imposible que pensemos una cosa y la contraria según quién pregunte, aunque les interese a quienes más que periodistas podríamos llamar cuentistas, por las muchas mentiras que nos venden sin el más mínimo rubor.