POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SIN REFUGIO


Según la RAE, refugiado es aquella persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país. Una realidad a la orden del día que ha puesto en evidencia la debilidad de una Europa insolidaria y ajena a los mandatos de las convenciones sobre el derecho al refugio internacional, en íntima comunión con los derechos humanos. Más allá de tratados, bastaría con algo tan simple como un poco de humanidad, para que no hubiera campos de refugiados en los que se hacinan a miles familias desesperadas malviviendo en condiciones clamorosamente infrahumanas.No puedo creer que países que se vanaglorian de democracia y progreso, sean incapaces de poner solución a un problema que hoy tal vez nos sea ajeno, pero del que nadie está a salvo. Porque la vida da muchas vueltas y lo que hoy te queda lejos, mañana tal vez sea la realidad que te toque vivir. Nadie elige estar en uno u otro lado, el bueno y el malo. Si al menos fuéramos capaces de romper las barreras y eliminar las diferencias...; pero mucho me temo que nunca podremos acabar con un sistema que hace infelices a tantos, al menos mientras dominen los pocos que viven bien a costa de mantenerlo.

Recuerdo que no hace tantos años, España era lo suficientemente atractiva económica y laboralmente como para atraer a millones de inmigrantes. Hoy son millones los españoles emigrantes en busca de mejores condiciones para encontrar trabajo. Si entonces había grandes dosis de xenofobia, afortunadamente en porcentajes mucho menores a los de gente abierta y sin prejuicios ni rechazos insoportables, no podía concebir un rechazo que olvidaba tiempos pasados en que tuvimos que buscarnos la vida en los países vecinos. Eso sin imaginar ni por un momento la grave y duradera crisis económica que se nos echaría encima como un tsunami; la misma que forzaría a muchos inmigrantes a retornar a sus países de origen, y a demasiados de nuestros jóvenes a hacer la maleta e intentarlo lejos. Así es, los acontecimientos enseñándonos que todo puede cambiar aunque lo creas imposible. Aunque una cosa es que la vida nos enseñe, y otra muy distinta es que aprendamos: que mucho me temo, que poco; por no decir nada.

¿Quién nos dice a nosotros, europeos civilizados en tiempos de paz, que algún día no nos veremos forzados a escapar, huyendo de guerras, catástrofes, invasiones, etc.? ¿Y acaso nos gustaría ser rechazados y maltratados como hacemos con los que hoy tratan de hallar refugio y sólo reciben lo que estamos viendo día a día, que es como para avergonzarse de llamarnos humanos y ser tan absolutamente inhumanos? En nuestra evolución como especie, antes de llegar a la vida sedentaria, con la agricultura, fuimos nómadas: nos movíamos buscando hábitats más favorables a nuestra condición de cazadores-recolectores, y también lo hacíamos huyendo de los cambios climáticos adversos. Huir de lo que pone en peligro las vidas de los grupos humanos, es una pura estrategia de supervivencia. No seamos nosotros los que acabemos con los instintos que hicieron y hacen evolucionar a la humanidad en su conjunto. Hay miles de personas, podríamos ser cualquiera de nosotros, que están abandonados a su mala suerte, sufriendo y sin refugio. No deberíamos permitirlo.