POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DECEPCIONADOS


A menudo es preferible una falsa alegría,
a una tristeza cuya causa es verdadera.
Descartes

Para saber y sentir que no estamos atravesando años en que campe a sus anchas la alegría, no es necesario cantar aquello de malos tiempos para la lírica. El incremento de la depresión, de la angustia y de la ansiedad es innegable. Si a ello le unimos que en España, unas 3.000 personas recurren anualmente al suicidio como método infalible para acabar con la pena invisible que ahoga, coincidiremos en que, más allá de gentuza que incrementa su bienestar a costa del malestar de los demás, la tristeza es actualmente la tónica para demasiadas personas. Y no hablamos de desdichas pasajeras, sino de un profundo desconsuelo que hace sufrir insoportablemente; tanto, que la muerte se ve como el único escape de la mala vida. Ante ello, la insensibilidad y el absoluto desconocimiento de la psique humana de aquellos que se mofan de quienes hablan de tendencias suicidas, con algo tan manido y falso como defender que quien se quiere matar, lo hace, sin necesidad de avisar. Los hombres y mujeres que se dedican a la psicología y a la psiquiatría, saben mejor que nadie que el futuro suicida en la mayoría de los casos advierte del camino mortal que está emprendiendo. Y lo hace, por supuesto, sin el mínimo interés en llamar la atención, sino como una desesperada manera de pedir auxilio. Nadie dice que quiere suicidarse, a no ser que lo esté pensando realmente; y quienes no hablan de ello, muchas veces es porque, por desgracia, están tan gravemente deprimidos, que impiden voluntariamente que alguien pueda llegar a evitar su decisión de quitarse de en medio para siempre jamás.

La depresión es, pues, un gravísimo trastorno mental; como el cáncer, por ejemplo, lo es físico. Y la mayor prueba de respeto ante ellos, imprescindible, es no hablar sin información y trayendo a colación los prejuicios más ridículos y trasnochados. Aunque más allá de síndromes psicopatológicos, hay algo ajeno a enfermedades, tan frecuente o más que éstas, fuertemente enraizado en esta sociedad, a veces tan enemiga nuestra, como es la decepción. Puede que se sea tan fuerte -o tan indiferente, con ese pseudoautismo emocional que personalmente me aterra-, que nunca se caiga en depresión alguna. Pero, ay, qué pocos se salvarán de experimentar la desilusión y el desengaño, más tarde o más temprano -y en esto no se sabe qué es peor: el temprano chasco, o el que sientes cuando ya menos lo esperabas-. Si se tiene la suerte de saber manejar los muchos recursos que la vida pone a nuestro alcance para que los problemas no acaben con las ganas de vivir, ¡qué inmensa suerte se tiene! Porque vivimos una época propicia para provocarnos eso que llaman una profunda crisis existencial, en la que la decepción es la protagonista principal, aunque no la única.

Cierto que cuanto menos expectativas se tengan, menor será la oportunidad de sentirse engañado. Mas nos defraudan en el trabajo, en la familia, en el amor, en la amistad... La vida nos sorprende negativamente cuando menos lo esperamos; por lo que, quien más quien menos, qué pocos nos salvamos de sentirnos decepcionados, o de desengañar nosotros mismos a los demás. Así que no es necesario que te diagnostiquen depresión, para conocer de primera mano y experimentar en nuestro interior la profundísima tristeza que conlleva sentirnos decepcionados.