POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA NIEBLA DE ARLÉS

“La mitad de la belleza depende del paisaje
 y la otra mitad del hombre que la mira.”
Lin Yutang


Quienes sentimos pasión por la pintura, estamos de enhorabuena, porque pronto será editado como libro un cuaderno con dibujos inéditos de Van Gogh. La niebla de Arlés es el nombre del cuaderno recuperado, que se me antoja uno de los más importantes hallazgos de los últimos tiempos, y no sólo en lo pictórico. La única pega es que no se anuncia su publicación en nuestro país, lo cual espero que sea corregido cuanto antes; pues no es de recibo en una España en la que coexisten algunas de las más importantes y completas pinacotecas a nivel mundial. En un autor tan prolijo en obra como Vincent, que en sólo diez años de dedicación a la pintura completó una ingente colección, saber que pronto tendremos un puñado más de dibujos suyos es tan fascinante como todo lo relativo al pintor holandés, para mí el pintor entre todos los pintores. Impaciente me hallo por poder conocer algo más de la inspiración de la Provenza francesa en el genio del holandés, que pasó 15 meses en Arlés. Llegó allí buscando la luz y el color de la pintura japonesa, que en aquellos momentos estaba muy de moda y le atraía poderosamente; y realizó algunas de sus obras cumbres, entre las 300 que completó en ese periodo, deslumbrado y absorto ante la belleza de la naturaleza del sur de Francia. Buscaba la luz, desde aquella casa amarilla que imaginó como centro de comunión artística -aunque finalmente sólo acudió Gauguin, y la cosa no acabó muy bien-. Y también encontró y dibujó la niebla. Extraordinario, y un motivo más para la impaciencia.

Atrapada por la magia de la pintura, ahora que empieza el verano y tenemos muchas más horas para vivir sensitivamente, me propongo que la vida sea un gran lienzo listo para fundir en él colores, luces, sombras oscuras y sonoras nieblas. Absorber las sensaciones de celajes y marinas, entre horizontes de heterogénea belleza. Tiempo para ir descubriendo cielos de Constable o de Boudin; tormentas y mares de Turner; mundos oníricos de Delvaux, el Bosco o Dalí; paisajes urbanos de Hopper, Freud, Bacon, López... o del mejor impresionismo francés. Aunque siempre será Van Gogh mi preferido para las noches estrelladas y los espacios abiertos, para el fulgor de las flores y el poderoso perfil de las montañas, para el sentimiento puro sin disfraz, y el contacto directo con la naturaleza. Por sentir el sopor y el bochorno del aire muerto, tanto como la brisa y el viento; la luz del sol temprano o las lunas gigantes que alumbran las noches, reflejándose en las aguas, tan presentes en estos meses. Me moveré entre coordenadas terrestres, marinas, estelares, etéreas o lunares, buscando disfrutar del verano, como si se tratara de una gran tela en la que crearlo, y recrearlo. Conociendo de antemano que en el paisaje final tendrán cabida tanto lo hermoso como lo feo, el dolor y la alegría, lo bueno y lo malo..., pero sólo a modo de colores primarios, de cuya mezcla surgirá un mundo inabarcable de tonos y matices. Tal y como ocurre cuando vamos siguiendo, pero también sintiendo, el curso de la vida.

(Por cierto: Pasen el mejor de los veranos. Nos volvemos a encontrar, por la alameda, cuando acabe...)