POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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¡ARBOL VA!


Seguramente estamos de acuerdo en que tratamos mal al planeta que nos cobija, siendo cada día más conscientes de que las consecuencias al final se nos vuelven en contra, de un modo tan evidente que es difícil mirar a otro lado con despreocupación. Porque si hablamos de desarrollo sostenible asociado al respeto medioambiental, más bien estamos ante un insostenible ataque a la calidad de vida natural que nos proporcionan los bosques en general, y la selva amazónica en particular, esa que aún seguimos llamando el pulmón de la Tierra. La tala indiscriminada y la consecuente deforestación no sólo tienen nefastas consecuencias en la Naturaleza, sino que agreden directa e irreversiblemente a las escasas tribus que han vivido a salvo del progreso desde siempre, y que hoy perviven con tantas dificultades, que su fin es tan previsible como el de los millones de árboles que mueren por la acción directa del hombre; convertido así en el gran depredador de fauna, flora y pueblos tribales.

Claro que, al menos, cuando se va a talar un árbol, tan importante es escoger la dirección por la que caerá derribado -sin mayores consideraciones-, como avisar con un ¡árbol va! que te permita ponerte a salvo. Porque ante muchos otros desplomes no hay preaviso que valga, y la verdad es que no estaría nada mal. No recuerdo una época en que haya visto ante mis ojos la destrucción de tantos conceptos presumiblemente asentados; de referentes, personales e ideológicos, supuestamente permanentes; de coordenadas hipotéticamente firmes..., como en los últimos tiempos. Es mucho, demasiado tal vez, lo que, a la postre, se ha convertido en mera ilusión, desvaneciéndose en la nada cual espuma, como sin cimientos. Y lo peor de todo es que nadie nos preparó para tan decadente desolación.

Ante tal panorama, ante tantos escombros, sólo queda por delante la desafiante tarea de retirar los restos y construir, que no reconstruir (cuando algo muere, no hay resurrección que valga). Desechar los restos del naufragio y olvidar tanto ídolo caído ante el pasmo de nuestra incredulidad; sin confiar plenamente, para qué mentir, en que ya no quede más por caer y desmoronarse, dejándonos  sin querer creernos del todo que nuestros puntales estaban huecos, que no había una sólida base en que apoyarnos. Cuando has visto desplomarse lo que creías pilares como un puñado de naipes mal equilibrados, si has logrado salir indemne, sobrevivirás sin mayores dificultades. Pues después de un tiempo tan desagradablemente revelador, de esas verdades no deseadas ante las que incluso prefieres mentiras, todo lo que nos queda es aprender a mirar con otros ojos y celebrar que, aunque nadie gritó previamente ¡árbol va!, escapamos milagrosamente del peso de la ruina.