POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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TRAGAR SAPOS Y CULEBRAS


Dicen las estadísticas que en España se lee muy poco, y más allá de los datos no hay más que ver a la infancia de hoy, en cuyo mundo los libros tienen mucho menos protagonismo que en la nuestra. Pero es que si se lee poco, se escribe menos y para colmo mal. Hace no demasiado tiempo cambiaron las normas del uso de las tildes, con lo que de repente quienes no lo dominaban se quedaron tan a gusto, y lo peor es que tal vez no llegarán a entender nunca que esos acentos son esenciales a la hora de leer bien. Ya puestos, nada me extrañaría que con el paso de los años se pretenda acabar con las bes y la uves, y no digamos con las haches; el panorama sería de lo más desolador, aunque la incultura reinaría oficialmente, que visto el trato, maltrato, que se le da a la cultura, el camino está casi trazado. Es una pena que en las casas los libros sean más un adorno que compañeros de vida; y no digamos nada de las modernas bibliotecas, apenas sin libros al uso y apuntadas a aplicaciones para lectura virtual. Me siento feliz de ser de otra época, en la que leer era la más maravillosa de las tareas posibles, y en la que la lectura estaba asociada al papel, no a una luminosa pantalla de un tamaño claramente inadecuado para poder disfrutarla. Para progresar hay que cambiar e ir incorporando las novedades que van surgiendo en la sociedad; pero el progreso no será adecuado si se acaba con lo que sigue manteniendo su vigencia y es positivo a todas luces. Aunque hay más oscuridad que otra cosa en muchos de los derroteros seguidos por imposición institucional: si bien nos merecemos gente preparada para dirigirnos, es más un deseo que una realidad.

Cualquier cambio, de entrada, ha de ser bienvenido si logra corregir lo que no funciona, o desechar lo que deviene inútil. Mas cambiar por cambiar es de lo más absurdo, máxime si se hace con respecto a lo que funciona bien, o sólo busca finiquitar lo que no gusta a una minoría. Basta con mirar el patio para entender que, desgraciadamente, no hay manera de acabar con multitud de malos hábitos sociales, y que con excesiva frecuencia se empeñan en estropear lo que hasta entonces fue válido. Decepcionante y deprimente, pero hay que seguir viviendo, y no dejar de soñar nunca con un mundo mejor para la mayoría. Seguiré sin entender nunca que tengamos que vernos obligados de continuo a tragar sapos y culebras, mientras el buen sabor de boca se asemeja a una entelequia a la hora de valorar las exigencias grupales. El hombre como especie parece estar de lo más desorientado, y no empezar por erradicar todo lo que le hace infeliz sin necesidad de ello, me parece de un ser muy poco inteligente. Antes se escuchaba a los filósofos; hoy se ignora a los científicos, y no dejan nunca de alzar la voz los charlatanes... ¡estamos aviados! El poder, en manos de un puñado de indeseables, decide y diseña los caminos a seguir, y la ciudadanía, demasiado obediente por la cuenta que le trae, se mueve por ellos sin apenas rechistar. No importa si es a cambio de pan y circo, o de hipnosis televisiva y fútbol, o de promesas de participación en el banquete de la opulencia; el caso es mantener callados a quienes les sobran motivos para empezar a gritar y no callar, a quienes ya ni confían en que el verdadero poder está en la gente. El silencio, a veces culpable, muchas otras inocente, siempre será indeseable cuando lo que toca es levantar la voz. Por mucho que se nos ignore, si empezáramos a elevar el tono de nuestras quejas, no sé si nos escucharían, pero desde luego oirían el clamor del descontento.