POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

EL TIEMPO DE LOS PORQUÉS


Estoy segura de que sin conocimientos especializados en psicología evolutiva, quien más quien menos todos hemos tenido ocasión alguna vez, o muchas, de vivir la etapa de los porqués en niños y niñas a partir de los 3 o 4 años ; de compartir, cuando no de padecer, su continuo preguntar por todo lo habido y por haber. Una, dos, tres, cuatro, y así hasta parecer el cuento de nunca acabar, múltiples porqués te inundan como si te hubieras metido bajo unas cataratas: por qué esto, por qué lo otro, por qué aquello o lo de más allá... Ya digo, si has tenido numerosos hermanos menores, es un recuerdo inolvidable, y más aún si tenían edades muy próximas, aunque sólo sea por lo pesado e insoportable que podía llegar a ser. Pues no es que en esa edad de la infancia se hagan preguntas sobre todo, es que además se repiten una y otra vez, insistente y machaconamente, hasta no obtener la respuesta milagrosamente adecuada.

No se puede negar que el proceso de convertirnos en adultos es sencillamente fascinante, y a pesar de lo insufrible que pueda llegar a ser para los demás el tiempo de los porqués de todos y cada uno de nosotros y nosotras, nada puede ser más sano psicológicamente que buscar respuestas ante cada incógnita que se nos presente. Está claro que en esa fase somos más científicos que creyentes, y necesitamos ante todo respuestas sencillas y lógicas que seamos capaces de entender con sólo estar atentos, más que actos de fe en los que ante un porqué se nos ofrezca un pobre porque sí, pretendiendo dejar zanjado algo que empezará a interesarnos muchísimo más si cabe. Sin embargo, al crecer muchos invierten tal dinámica, aferrándose antes a la fe que a las soluciones empíricas; y no es que dejen de preguntar, sino que dejan de preguntarse, lo cual se me antoja mucho peor.

A veces pienso si esa generosa curiosidad por el mundo circundante y por la comunicación y el lenguaje mismo, al ser tan excesiva, produce que la capacidad inquisidora se pierda en algunas personas para siempre. No con poca frecuencia nos encontramos ante quienes no se cuestionan prácticamente nada, de manera que parece que se dejan llevar por la vida, como si se deslizaran río abajo sin mayores preocupaciones. No obstante, qué importante es seguir conservando el gusto por el aprendizaje y la comprensión de todo cuanto nos rodea, no contentándonos con las respuestas en tanto no quede resuelta la mínima duda que se nos suscite en el día a día, que es como se recorre la existencia de principio a fin. No basta con vivir, y no me imagino hacerlo sin al menos tratar de explicarnos el sentido mismo de la vida. Así que, sin llegar a la exageración de nuestra infancia, bienvenido sea el querer saber más, el cuestionarnos las cosas cuando nos encontramos ante la novedad, o con las mismas experiencias pero en circunstancias diferentes. No debiéramos conformarnos con dogmas o axiomas, ni anclarnos en parámetros de credulidad, al menos si queremos movernos con seguridad y confianza dentro de nuestras coordenadas vitales.