POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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QUERIDO VINCENT


Querido Vincent (Van Gogh):

Hace 164 años que naciste y aún sigues vivo a través de tu obra. Únicamente tendrías 37 años por delante, tan sólo los diez últimos dedicados a la pintura, y tu legado artístico es considerado hoy tan excelso, como ignorado fue por tus contemporáneos. Aunque te ajustas milimétricamente al perfil del perdedor, mucho mayor fracaso el de tu tiempo y sus integrantes, que no fueron capaces de ver en tu pintura la obra de un genio que trascendería más allá de los siglos. ¡Ellos se lo perdieron!

     Quiero expresarte mi agradecimiento, porque en tus palabras y en tus pinturas siempre he hallado al amigo que nunca falla; sea para consolarte, sea para compartir tu alegría. Tú, que fuiste un incomprendido, dejaste en tus lienzos y sobre el papel un abrazo universal y eterno, para quien se acerca a contemplar el milagro de tus pinceladas y trazos, y se encuentra contigo. No es difícil, a través de tus numerosas cartas y de tu gigantesca herencia para la eternidad, e imposible no caer rendida ante tu autenticidad y tus esfuerzos por mejorar, tanto a nivel artístico, como personal. Porque, por desgracia, si en el plano del arte ni te vieron, en el humano no les gustaste. No te querían, querido Vincent, a ti que buscabas el amor, como un perro abandonado anhela en una mano amiga cobijo. No les gustaste ni cuando quisiste ser marchante de arte, como tus tíos; ni cuando enfebreciste de vocación de pastor religioso, como tu padre, acompañando como uno más la vida de los mineros. No te quisieron, ni como artista, ni como persona, siendo grande en ambos aspectos.

     Fuiste tan pasional y desmedido en todo, que te rehuían, pues asustabas un poco, incluso. No sé si el amor te hubiera dulcificado; pero estoy segura de que el desamor te hizo mucho daño y más taciturno y hosco de lo normal. Las mujeres te rechazaron, como también lo hicieron los pocos buenos amigos que sentían en sus personas el roce arisco de tu carácter. Sin embargo, tuviste el apoyo y la ayuda constante de tu hermano menor, Theo, hasta el último día de tu existencia. Y como no supiste suicidarte, cuando te pegaste un tiro en el pecho, no moriste hasta dos días después, con lo que os dio tiempo a despediros y quedar unidos para siempre en la historia de la pintura: tú, como artista inconmensurable; tu hermano, como mecenas desinteresado y capaz de ver en tus cuadros, acuarelas y dibujos un talento desmedido y privilegiado. Y ello, a pesar de que sólo consiguió que te compraran un cuadro en vida, la viña roja, adquirido por una mujer con una clarividente sensibilidad.

     No estabas loco, pero sí muy solo. Hasta cuando ideaste una comunidad artística en la casa amarilla, y tan sólo acudió Gauguin (y porque Theo le pagó para ello...); el cual salió huyendo tras el episodio en el que terminaste cortándote el lóbulo de tu hoy famosísima oreja, dejándote desolado y con muchos sueños rotos. Pero nunca paraste de trabajar, ni siquiera cuando estabas recluido en alguna clínica mental; a veces por prescripción médica, a veces voluntariamente. Así que sólo puedo darte las gracias: por alegrar mis ojos y mi corazón con la explosión de tus colores, a ti que viraste de los ocres oscuros de la pintura holandesa de entonces, a una mágica paleta multicolor; por habernos dejado esa extraordinaria colección de autorretratos, que resaltan tu ausencia de medios para poder contar con modelos; por la compañía de tus flores, que podrían estar en cualquier rincón de nuestras casas o jardines; por hallar en la tristeza la sublime belleza que sólo puede expresar quien la ha sentido; por esos paisajes terrenales de campos y árboles floridos, de olivos y cipreses, tanto como por los celestiales. Y es que no hay nada como tus cielos, de día y de noche. En ellos atrapaste el viento, la lluvia, la tormenta, el sopor casi infernal del calor; y cómo no fascinarse con tus noches estrelladas, con esos oleajes de estrellas en un mar sideral... Gracias por transmitir la certeza de que tu pintura es tan de verdad; de que si pintaste el frío es porque lo hacía y con tus pinceles lo captaste para la posteridad; como la soledad, el miedo, la necesidad de gustar, tu incansable capacidad de dedicarte sólo al arte y a no traicionar el destino de tu talento. Nos queda tu maravillosa obra para disfrutarla y, a través de ella, llegar hasta ti, mi querido Vincent.