POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LOS ÚLTIMOS DE LA FILA


Al hablar de crisis, con la perspectiva que da toda una década de penurias para muchos y enriquecimiento para unos pocos, es casi imposible no caer en la cuenta de que si previamente a que nos estallara en la cara, sin previo aviso, había una bonanza generalizada, hoy podríamos afirmar, sin equivocarnos demasiado, que la clase media está poco menos que finiquitada. Resulta que en España, ciñéndonos a Europa, es donde más nuevos millonarios hay desde que empezaron los tiempos difíciles, con un crecimiento de más del 50% desde el 2008 hasta hoy; al tiempo que nuestros menores son de los más pobres, sólo por detrás de Rumanía y Grecia, llegando a pasar hambre. Con una clase baja, antes casi extinta, bien alimentada con desigualdad y abandono, y una clase alta cada vez más poderosa, a base de robarnos al resto, las diferencias en cuanto a calidad de vida son vergonzosas e insoportables en sociedades democráticas modernas. Cuando hay recursos y no se reparten, sino que se mantiene una constante de ratería y pillaje prácticamente impune a los ojos de la gente, podemos hablar de un país que se queda atrás en todos los valores que conforman el progreso, por mucho que nuestros máximos gobernantes tengan el plus de poca vergüenza de hablarnos poco menos que de hazañas y logros encomiables en lo que atañe a nuestra maltrecha economía y su recuperación. Cuando escucho a los políticos decir que estamos bien, no puedo dejar de preguntarme por quiénes son los que lo están, aparte de ellos y sus amigos.

     Desazona comprobar que en prácticamente todo lo bueno estamos los últimos de la fila, obteniendo pódium sólo en lo negativo. Y es mucho más triste ver que no es que no hayamos alcanzado antes los mínimos umbrales, que algunos los llegamos incluso a rebasar en su momento, sino que vamos para atrás, confundiendo evolución con involución en cuanto a los derechos humanos más básicos y esenciales.  No es únicamente que la pobreza infantil se haya incrementado durante la crisis, sin políticas públicas de protección al menor efectivas a la hora de acabar con las desigualdades; es que estamos a la cola en tantas cosas importantes, que nuestro país no sólo es pobre económicamente hablando. Respecto a democracia y respeto a la ciudadanía, el empobrecimiento tiene un evidente matiz de falta de humanidad, que sin duda lastra nuestro futuro a corto, medio y largo plazo. Les propongo algo: pongan en cualquier navegador España suspende, y presten una mínima atención a los resultados... Incluso con una simple mirada por encima, nos damos cuenta de que los suspensos no son en asignaturas maría, sino en las más importantes, esas que sustentan el resto de conocimientos y sin las que es muy difícil avanzar. A ver: no aprobamos en derechos humanos, en cuidados y atención psiquiátrica, en política de impuestos verdes, en derechos sociales, en corrupción y transparencia internacional, en la respuesta a la crisis mundial de desplazados, en cultura, en conciliación, en eficiencia energética, en igualdad, en cooperación internacional en educación, en pobreza, en vacunación adulta, en competitividad... No aprobamos ni en inglés  —¿en lengua o matemáticas sí?—, ni en un tristísimo y largo etcétera que da fe de la situación real en la que nos movemos. Así que nada de sacar pecho y hablar de recuperación y del final de las vacas flacas, porque en España se pasa hambre, y porque no es que no sea un país influyente que vaya abriendo caminos, es que para más inri estamos los últimos de la fila y así nos mantienen quienes se enriquecen robando futuro: el de nuestros niños y niñas y el nuestro mismo.