POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SIN NADIE QUE DÉ LA TALLA


     Estos son malos tiempos, no sólo para la lírica, sino para la épica y todas las corrientes que podamos imaginar. Ante las dificultades presentes en la realidad social, padecidas por demasiados millones de españoles, se trataba de dar la talla por parte de nuestros representantes políticos, y sinceramente creo que no la han dado ni por asomo. Llevamos demasiados meses, años ya, necesitados y ayunos de hombres y mujeres que hagan de la Política un instrumento para mejorar la sociedad en su conjunto..., y sólo hallamos el hastío de la lucha por el poder, en los que la separación democrática de poderes brilla por su ausencia; y un pertinaz y obsceno deseo de aferrarse al cargo a costa de todo, incluida la dignidad propia. Cuando dirigentes y militancia no coinciden en lo esencial, no se me ocurre nada peor a que los primeros actúen ignorando los deseos suficientemente expresados por las bases de los partidos, que son, precisamente, su pilar sustentador. Hay quienes desean acaudillar a un ejército de votantes para desarrollar batallas en las que éstos se niegan a participar. Y me pregunto si un partido, en caso de conflicto, tanto en la teoría como en la práctica, ha de atender a sus militantes, o a los representantes elegidos por ellos. Lo que sí tengo claro es que si las bases no se identifican con la acción política de los dirigentes, algo muy grave ocurre. Por ejemplo: no se puede pedir el voto para sacar del poder a alguien, y luego usarlo para mantenerlo en él. Se mire como se mire, y nos lo quieran explicar como deseen, esto es una auténtica estafa; y más tarde o más temprano se ha de pagar un precio muy alto por ello. Pero parece que no sólo no dan la talla, sino que no se han enterado de que ya nada es igual, de que la ciudadanía conoce perfectamente el alcance de esta falta de democracia real y el grado de corrupción de todo signo; al tiempo que ve cómo no sólo no se persigue al corrupto, sino que se le ampara desde instituciones, directivas, editoriales, y un largo y desazonador etcétera.

     Antes podía decir que hubo una modélica transición que a lomos del consenso acabó con la praxis dictatorial de Franco y dio paso a una nueva etapa, democrática y alejada de lo anterior. Ahora ya ni eso, pues en estos últimos tiempos he visto tantas cosas que no hubiera querido ver jamás, que tengo claro que todo ello fue igualmente una estafa. Cuando veo cómo se ignora la Constitución en todo lo que apetece, escudándose en ella cínicamente para evitar cambios necesarios y urgentes, decir que siento asco es poco; como cuando veo a una Iglesia que añora aquel Estado católico, apostólico y romano del franquismo, en lugar de estar con los necesitados en una España laica que mantiene tratos con cuatro confesiones. Cuando hay decenas de miles de muertos en las cunetas, y ninguna voluntad por acabar con semejante ignominia, mientras se hace apología de un caudillo golpista que detuvo el progreso en nuestro país durante décadas, la decepción se torna fácilmente indignación. No me entra en la razón que exista tal grado de degradación democrática, con tantos sinvergüenzas protegidos contra quienes los señalan, sean Jueces, Fiscales, o la misma Guardia Civil... Debe de ser terrible ver cómo al bueno se le convierte en malo sólo porque hace bien su trabajo y no se deja comprar. Aunque es lo que hay, y si logramos detener estas prácticas antidemocráticas y los recortes de derechos logrados tras años de lucha, tal vez veamos un día el panorama limpio de corrupción e irresponsabilidad, política y penal. Es muy difícil, con una derecha cómodamente asentada sobre la división de la izquierda, y sin nadie que dé la talla. Pero tengo, aún, la esperanza de que será el pueblo quien finalmente hable, y mande a donde se merecen a todos los que hoy tienen la sartén por el mango, y a quienes se lo permiten y facilitan.