PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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LA CUESTA DE ENERO

Ante todo, deseo que todos ustedes hayan tenido una estupenda entrada en el nuevo año y, si, por cualquier circunstancia, no les van las cosas demasiado bien, que se solucionen los problemas lo antes posible y que sean muy felices.

Es cierto que estas fechas posnavideñas no son muy propensas al optimismo. Se esfumaron los días alegres y placenteros, y ahora nos toca vivir un periodo, un tanto penoso, de adaptación a la dura realidad. Influenciado, tal vez, por este halo pesimista, me ha dado por pensar en algunos aspectos negativos de las pasadas fiestas y en los cambios que están experimentando en estos últimos tiempos. Y he llegado a la conclusión de que la Navidad es cada vez menos íntima, menos familiar y menos nuestra. Está claro que la celebración navideña está perdiendo sus señas de identidad. Hace bastantes años se planteaba el dilema entre belén o árbol para ambientar nuestras casas. Se introdujo finalmente el árbol, pero, por fortuna, no consiguió desplazar al belén, así que ambos han convivido armoniosamente casi hasta nuestros días, en los que ya se piensa en otras alternativas muy diferentes, como son: las discotecas y las juergas; ahí están la cantidad de reclamos publicitarios que se podían leer estos días pasados: “Gran fiesta de Nochebuena en la discoteca tal. Tres cubatas, diez euros”. ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en que las familias se congregaban al calor de la lumbre, cenaban y cantaban villancicos, se reunían con los vecinos, iban a la misa del Gallo, pedían el aguinaldo…! Ahora es diferente. No sé si se han dado cuenta de que la gente joven de hoy apenas sabe cantar un villancico; los adornos navideños, cada día son más atípicos; más sofisticados, pero menos navideños. Hasta los medios de comunicación se alejan, cada vez más, de aquellas programaciones de antaño, típicas de Navidad, seguramente para no ofender a otras opciones religiosas. Al final y a pesar de los pesares, la Navidad se convertirá en una larga fiesta sin contenido alguno y sin ningún tipo de encanto, simplemente unos días de vacaciones, para hartarse de comer, de beber y, sobre todo, de comprar.

Como siempre, quiero ser respetuoso con los distintos modos de pensar y con la libertad de cada uno, pero es que yo creo que el espíritu de la Navidad no está reñido con las creencias y no deberíamos permitir que se perdiera ese sentido humano que siempre ha tenido, de calor de hogar, de encuentro familiar, de solidaridad, de ternura y sana alegría; todo ello sin entrar, claro está, en el profundo significado religioso que conlleva para los creyentes.

Quizás por eso, cuando, hace unos días, veía la cabalgata de los Reyes Magos en nuestra ciudad, pensé que, aparte de los Reyes, llevaba pocos motivos y personajes navideños, y mucha comparsa, malabaristas y titiriteros en nada relacionados con la festividad que se celebraba. Comprendo que se trata de una tendencia general y que se hará con la mejor de las intenciones, pero, si seguimos así, dentro de unos años no desfilarán ni los Reyes Magos. Ah, y hablando del tema, no sé qué pensarán ustedes, pero a mí no me parece acertado terminar la cabalgata con una traca tan tremenda, en una Plaza Mayor abarrotada de pequeños. Algunos papás y mamás no sabían donde meterse con sus niños, que lloraban aterrados. ¡Pobres criaturas! No faltaba más que hubieran aparecido, por las cuatro bocacalles, patrullas de monstruos y brujas para completar el programa. Comprendo y valoro la intención de los organizadores, que, con seguridad, no es otra que hacer las cosas lo mejor posible. Pero, vamos a ver, el reunir a la chiquillería bastetana, grandes, pequeños y bebés, con el reclamo de los Reyes Magos y, una vez en la Plaza Mayor, soltar esos terribles zambombazos, que se estremecía toda Baza, a mí eso, más que una fiesta infantil, me parece una mala pasada. Acepto que yo no comparto demasiado el gusto levantino por las explosiones, pero, aun así, creo que los cohetes son más apropiados para otros momentos.

Pero, bueno, esto de la traca no es más que una opinión personal sobre un detalle de menor importancia entre los muchos valores de la Navidad. Además, qué le vamos a hacer; habrá que sobrellevar de la mejor manera estos cambios y hacer un esfuerzo para recuperar, en lo posible, todas aquellas viejas costumbres que nunca deberían perderse. Tenemos un año para pensar en ello. Ahora hay que volver al ritmo de cada día y habrá que subir, lo mejor que podamos, la fatídica cuesta de enero. La verdad es que no es fácil subir esta cuesta, porque los excesos navideños han mermado nuestras arcas y, al mismo tiempo, han engrosado nuestros cuerpos y, claro, con pocos caudales y con unos cuantos kilos de más, a ver quién sube una cuesta tan empinada. Para alivio del bolsillo se han inventado las rebajas, y para el exceso de kilos, los regímenes. Aunque, la verdad es que ni lo uno ni lo otro funciona demasiado bien. En muchos casos, creo yo que son más problema los kilos que el dinero. Y es que ésa es una de las grandes imperfecciones del los seres humanos: Dios nos dio, al parecer, un cuerpo pequeño y unas grandes ganas de comer, por lo menos a algunos; o dicho de otro modo, nos dio cuerpo de personas y apetito de animales, sin ánimo de ofender a nadie y, mucho menos, a los animales.

Pensándolo bien, el mayor problema del hombre es el desenfreno, las ansias incontroladas de comer, de beber, de vivir mejor, de tener, de gastar, de poder, de dominar, de ser más. Sería muy interesante, pues, que en el 2006 fuésemos menos ansiosos y nos comportásemos con una mayor moderación; seguro que tendríamos menos problemas. Pues, si les parece, podemos empezar a ejercitarnos con la moderación en el comer, para perder pronto los kilos que nos sobran. Así que, ánimo, y a superar la cuesta de enero lo antes posible. Los que no tengan problemas de peso, pues mejor para ellos; que se concentren en la economía. Y para unos y otros, mis mejores deseos en este nuevo año, que, como es número par, será, probablemente, más bondadoso que el pasado. Pues, que sea así y que todos nosotros lo veamos.