PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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JUEGOS PROHIBIDOS

Yo recuerdo, con esa dulce nostalgia que proporciona la lejanía, los múltiples y diferentes juegos de mi infancia, cuando las posibilidades no permitían demasiados juguetes ni entretenimientos sofisticados y, por lo tanto, la mayoría de los juegos se basaban en el ingenio y en la actividad física de los niños. Cuando la agresividad se concentraba y el cuerpo pedía un poco de caña, jugábamos a la zapatilla, o al abejorro, nos endiñábamos unos alpargatazos o unos cuantos sopapos y nos quedábamos tan a gusto, pero siempre dentro de un orden y con la debida moderación. No voy a decir que no hiciéramos travesuras; pues claro que sí, y había niños que eran verdaderos diablos, como ha pasado y pasará siempre, pero los juegos no eran más que eso, juegos de niños.

Las cosas han cambiado mucho, desde entonces. En primer lugar, ya casi no hay calles donde poder jugar, ni las casas suelen tener, como antes, amplios espacios (patios, corrales, solanas…) en los que retozar; así que los niños tienen que echar mano a otro tipo de juegos más individuales y sedentarios. Esa circunstancia, aparte de provocar que más de la mitad de la población infantil tenga problemas de obesidad, dificulta la actividad física y los tradicionales juegos de grupo, con los que los pequeños aprenden destrezas sociales y en los que descargan gran parte de la competitividad y de la agresividad inherentes al ser humano. Es verdad que en los colegios se sigue jugando, como siempre, pero es evidente que la aportación de los centros educativos en el aspecto lúdico es totalmente insuficiente.

En segundo lugar, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad; así que ahora los niños y adolescentes se divierten con juegos TIC, es decir que sus pasatiempos están íntimamente relacionados con las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Son, pues, juegos muy modernos, la mar de entretenidos y que ellos dominan con una especial habilidad.

A todo esto hay que añadir algunas de las características del estilo de vida que hoy nos envuelve, en el que los padres apenas tienen tiempo para dedicar a los hijos. Eso sí, mucha comodidad, muchos medios y muchos caprichos, pero muy poco tiempo para la convivencia, para la afectividad y para la educación de los sentimientos. Y esto es algo que sólo se puede aprender en la familia. Es un error pensar que los centros educativos pueden inculcar en los niños estos fundamentos, de igual modo que enseñan las Matemáticas, la Lengua o la Física. Los colegios pueden y deben reforzar los valores humanos del alumnado, pero nada pueden hacer si los alumnos no traen de su casa unos principios mínimos adquiridos, esa base interior que se forja en las personas desde que abren los ojos al mundo. A veces me da la impresión de que algunos padres y madres quieren suplir la falta de dedicación a sus pequeños colmándolos de caprichos y consentimientos, haciéndoles creer que están en el mundo para disfrutar y pasarlo bien a costa de todo y de todos. Y claro, cuando esos niños se van haciendo mayores, llega un momento en que las criaturas se aburren y, para fogar, tienen que echar mano de esos juegos prohibidos, en la mayoría de los casos relacionados con las nuevas tecnologías, en los que liberan toda la confusión y la adrenalina que llevan dentro. Fíjense, si no, en la utilidad tan instructiva que le están dando a los teléfonos móviles. Precisamente, no hace muchos días, veíamos en los medios locales a un chaval andando por los tejados de la calle del Agua, poniendo en serio peligro su integridad física para sacar unas fotos con el teléfono. Anécdota de importancia menor, sin duda, pues, aun tratándose de un juego peligroso, probablemente estuviese motivada por una incipiente vocación de periodista intrépido. Hay otros chavales que se arriesgan bastante menos jugando a juegos mucho más peligrosos y muy divertidos para ellos, según parece. La verdad es que tiene mucha gracia que le den una bofetada tremenda, o una patada salvaje al primer transeúnte que se encuentran por la calle, o, incluso, que le peguen fuego a un mendigo, y que graben la escena en el móvil para mandarla a los amigos; es para partirse de risa. Pues, miren, a ellos les divierte; y es que, en realidad, en muchos casos, el único sentido de la ética que se les ha inculcado es identificar lo bueno con lo que les apetece y lo malo, con lo que no les gusta. Y a ver, ahora, quién les pone freno, y quién les impide que se diviertan con esos juegos, por más que se les intente controlar con prohibiciones, como la de llevar los móviles al colegio.

Yo comprendo que los padres, generalmente, intentan hacer las cosas lo mejor que pueden y lo mejor que les permiten sus obligaciones laborales. Pero, si se me acepta un consejo, es primordial que nos concienciemos de la importancia que tienen los primeros años en la educación de los niños y que nos esforcemos en conseguir que nuestros hijos sean, fundamentalmente, buenas personas, en lugar de poner todo nuestro afán en que sean los mejores y los primeros en todo. Aunque sólo sea por egoísmo, o dicho de otra manera, aunque sólo sea en defensa propia; y digo esto porque resulta que algunos jóvenes y adolescentes parece que se están tomando también como un juego el agredir a sus propios padres. Sólo en la provincia de Granada, el pasado año, se atendieron más de ciento sesenta denuncias de agresiones de hijos a padres. Y eso que estas cosas se hacen públicas en muy pocas ocasiones y en casos muy extremos, pues los padres se resisten enconadamente a reconocer los errores de sus hijos, entre otras cosas, porque eso significa reconocer públicamente su propio fracaso. Yo no sé si este tipo de agresiones a los padres también las graban en los móviles, pero tendremos que estar preparados por si algún día nuestros hijos o nietos se nos presentan en casa con sus amigos y nos arrean una manta de palos, así, sin más, sólo para grabar las paliza en el móvil y divertirse un rato. La verdad es que son cosas tremendas como para tomarlas a broma, pero también es verdad que muchos padres de hoy están o estamos haciendo méritos más que suficientes con nuestros hijos para que algo así nos ocurra el día de mañana. Que el cielo nos proteja y nos libre de sufrir semejante afrenta.