PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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CURIOSIDAD

En cierta ocasión, hace ya bastante tiempo, escuché cómo una muchacha que trabajaba aquí y que, al parecer venía de la capital, despotricaba, muy enfadada, de la gente de Baza; decía que siempre estábamos criticando, que en los pueblos no se podía vivir, que todo el mundo se metía en su vida, que, como no teníamos otra cosa que hacer, nos dedicábamos a despellejar a los demás, que sus vecinas eran unas arpías, que si la vigilaban, que si la perseguían…, y no paraba de criticarnos y ponernos como hoja de perejil, porque alguien había hecho un comentario sobre ella. Es verdad que el comentario no sería un panegírico; la muchacha en cuestión, por cierto, buena profesional y buena persona, según tengo entendido, que lo cortés no quita lo valiente, era muy abierta, desenvuelta y amiga de hacer lo que le daba la gana, con quien le daba la gana y donde le daba la gana, con lo que su vida privada, al final, era bastante menos privada de lo que ella hubiera deseado.

Bueno, ante esta situación y otras parecidas, por nuestra parte no nos vamos a poner en el cuarto de la salud, que algunos de los improperios que nos aplicaba la chica se aproximaban a la realidad, aunque su enfado le hiciese salir de tono y de razón. Como dicen que en el término medio está la virtud, yo no le voy a dar toda la razón ni a la muchacha ni a la gente de Baza. Personalmente estoy de acuerdo en que cada uno, sin hacer daño a los demás, puede hacer lo que le venga en gana, pero también es cierto que los demás tienen boca y opinión y no se les puede impedir que hablen de lo que ven. Con lo que sí tengo que mostrar mi desacuerdo es con la idea de que nuestra ciudad sea especialmente criticona; yo creo que una cosa normal. Sí es verdad que somos gente curiosa, en el sentido de que nos gusta averiguar y saber cosas, pero la curiosidad es una cualidad inherente al ser humano, que, al fin y al cabo, es la madre de la sabiduría, de la ciencia y del progreso. Lo que ocurre es que, a veces, la curiosidad nos pierde y nos empuja a enterarnos de cosas que no nos importan, como meternos en la privacidad de los demás, o, como lo que ha ocurrido hace poco, que, en el Ayuntamiento, alguien abra de forma ilegal el sobre de una puja para conocer la oferta de los otros y jugar con ventaja… Pues, miren por dónde, este feo asunto sí que nos tiene que importar; sobre todo, nos importa que se aclare cuanto antes, para tranquilidad de todos y porque tenemos curiosidad de saber quién ha sido esa persona tan curiosa que curioseó en el sobre.

Lo cierto es que, si se hubiera inventado el “chismómetro” y nos lo pusieran a nosotros, seguro que no marcaba ni la mínima, porque ¿qué es todo esto comparado con la inmensidad del océano?... Nuestra curiosidad y nuestras críticas locales son peccata minuta, son fruslerías al lado del clima despiadado de curiosidad morbosa y maledicencia grosera que impera en nuestra sociedad, y que inunda, especialmente las cadenas de televisión. Yo no puedo entender cómo se permite que se utilicen los medios de comunicación para ese entretenimiento rastrero de vender y comprar, cuando no robar o inventar, la intimidad de los famosos, por muy privados que sean los medios. Y no me importa que algún listillo me venga con el cuento de que, si conozco estas cosas, es porque las veo… ¡ya me dirán cómo evitarlo!, a no ser que se deje de ver absolutamente la televisión, como ya hacen algunas personas sensatas; nosotros, es evidente que no llegamos a tanto. Pueden decirme, por otra parte, que estoy haciendo lo mismo que la chica que antes mencioné, es decir, que estoy criticando a la gente que critica, pero es que hay situaciones que son insostenibles y que debemos criticar por honradez y por respeto a nosotros mismos.

A mí, por ejemplo, me resulta grotesco,ridículo e impropio de un país civilizado el ver a una persona corriendo como alma que lleva el diablo y a un grupo de supuestos periodistas, intentando alcanzarle, persiguiéndole como fieras, con los micrófonos en ristre, gritando: “¡¿Es verdad que te has peleado con tu novia?!... ¡¿Te ha regalado algo en el Día de los Enamorados?!... ¡¿Dónde has pasado el fin de semana?!”… Y todo ello jadeando y arrastrando bolsas, cámaras, grabadoras…

El caso es que los periodistas, al fin y al cabo, están cumpliendo con su trabajo. Los verdaderos responsables somos los que permitimos que eso sea un trabajo. Me pregunto si los políticos, que, por cierto, también se despellejan a su gusto, intentarán alguna vez poner freno a esta subcultura, a esta pérdida de respeto, a este bajo entretenimiento de llenar la vida devorando la intimidad y las debilidades de los demás. Claro que todo esto puede ser una consecuencia de la superficialidad y la confusión que nos envuelven, de esa posmodernidad que nos induce al desprecio de los verdaderos valores humanos, sociales y culturales. Uno no tienemás remedio que sentir tristeza y vergüenza, propia y ajena, al comprobar cómo este nuestro país se está convirtiendo en paraíso de figurones, rufianes y pelanduscas, donde cualquier patán, sobre todo si es extranjero, no tiene más que asomarse a la televisión con algún enredo de cama y se hace rico en unas semanas; se sienta el patán, o la patana, ante un severísimo tribunal de redichos y gritones profesionales del chisme, se ríen un rato el uno de los otros y los otros del uno, y, ¡hala!, a vivir del cuento, a embolsarse en unos minutos una cantidad muy superior a la que puede ganar cualquier trabajador durante todo un año de esfuerzo y sacrificio, y a reírse del mundo y de todos nosotros. No deja de tener su gracia que a todos estos tejemanejes se les llame “prensa del corazón”… Nunca el corazón había caído tan bajo